Loading...

A cuchillo

Ea, ea, ea, los foodies se pelean. Sobre las bofetadas entre influencers y la publicidad encubierta

Batalla campal en Instagram entre los dos youtubers más influencers del modo foodie. Sezar blue ha levantado la alfombra: ¿qué pasa con la publicidad encubierta?

3 minutos

Sezar blue y Comiendo con Pablo // Collage HyM // ea, ea, los foodies se pelean. Sobre las bofetadas entre influencers y la publicidad encubierta

Lo suyo sería poner sus nombres en el titular. Incluso animar la pelea para que cada uno elija equipo. ¿Eres de Sezar Blue o de Cenando con Pablo? Da igual si acabas de descubrir a estos dos instagramers, creadores de contenidos gastronómicos, foodies o como queramos llamarles, su pelea pública es le tema del momento y eso da clicks. Busquen en Google y verán a diarios deportivos y generalistas sumándose a la fiesta.

Pero lo cierto es que lo más interesante de esta especie de divorcio tras un viaje conjunto a Las Vegas es el tema que César González (Sezar Blue) ha puesto sobre la mesa: la publicidad encubierta. Tal vez no es la manera, ni el lugar ni el tono. Tal vez todo sea poco más que una pelea de gallitos para ver quién tiene el engagement más largo o suma más likes en la cuenta corriente. Pero da igual si eso sirve para hablar un rato de esas cuestiones peliagudas que no suelen pasar de los corrillos del sector o, como mucho, protagonizan escándalos de media hora. Acostumbrados a poner cara de indignación y sorpresa cuando algún influencer quiere comer gratis, o dar palmas al cocinero hipócrita de turno que se hace el ofendido cuando alguien le ofrece fotos a cambio de comida, nos estamos perdiendo la parte mas jugosa del asunto: todos esos contenidos que cada día nos cuelan sin decirnos que esa foto, ese vídeo y esa opinión en realidad son una publicidad pactada y pagada. 

Desconocemos los detalles o el detonante de este ataque de sinceridad. Sería interesante saberlo porque está destapando las cartas de un juego del que él también es parte.

De eso habla Sezar Blue en sus últimas publicaciones en Instagram. Desconocemos los detalles o el detonante de este ataque de sinceridad. Sería interesante saberlo porque está destapando las cartas de un juego del que él también es parte. Leyéndole da la sensación de que él no hace trampas y está harto de estar rodeado de compañeros que van con cartas trucadas, por seguir con la metáfora. Suena todo un poco a esa escena de Casablanca en la que el capitán Louis Renault descubre que, ejem, aquí se juega. Pero vamos a creer a Sezar. E incluso empatizar con él. En otra vertiente laboral conozco esa sensación de creerse el único idiota que identifica los contenidos pagados. Y da mucha rabia porque, más allá de la legalidad, a la inmensa mayoría le da absolutamente igual. De ahí tal vez esa impunidad que reina en el sector gastronómico. En todos en realidad, pero por centrarnos en el tema. Algo que, por cierto, no han inventado ni los influencers ni las redes sociales, porque aquí hace muchísimo tiempo que cada uno se paga la hipoteca como puede. 

Suena todo un poco a esa escena de Casablanca en la que el capitán Louis Renault descubre que, ejem, aquí se juega.

Los críticos que montan congresos o los periodistas que tienen agencia son dos ejemplos de sobra conocidos, aunque solo es la punta de un icerberg que tenemos todos delante de los morros sin que pase nada. Así que no nos pongamos tan estupendos con los instagramers que se les olvida decir que ese vídeo en tal restaurante está pagado, o que los Risketos o Donuts que te recomiendan son en realidad una colaboración monetizada. No está el periodismo para andar exigiendo pureza. Entre otras cosas porque, no lo olvidemos, hablamos de comer, así que tampoco nos tomemos demasiado en serio. Cada cual lidia como puede con sus facturas, incoherencias y sermones. Y el profesional que en este sector diga que siempre paga la cuenta, miente.

Aclarados esos puntos que deberían servir para que nos bajemos de ese altar desde el que solemos mirar a quienes triunfan en redes sociales y ganan mucho más que nosotros, explica Pablo Cabezali que él sí paga en los restaurantes a los que va, que hace colaboraciones para ganarse la vida pero que lo indica, y que nunca ha pedido dinero a un local por ir. Incluso explica que ha llegado a rechazar 2500 euros por un vídeo de 30 segundos para una marca de pizzas porque no le convencían. La verdad es que es bastante claro en cifras y además apunta otro detalle interesante: todo va con sus impuestos, facturas y trimestres correspondientes. Como debe ser, pero no siempre es. 

Lo realmente importante es que ambos parecen coincidir en que la publicidad encubierta es una práctica habitual y a erradicar.

Como en toda pelea, dos versiones aparentemente incompatibles de una misma historia. ¿Quién dice la verdad? Francamente, me da igual. La buena noticia, lo realmente importante es que ambos parecen coincidir en que la publicidad encubierta es una práctica habitual y a erradicar. Es de eso de lo que deberíamos hablar, no del espectáculo un poco bochornoso que están dando.

¿Servirá de algo?¿Estará su público ahora más atento por si se la están colando? ¿Será esta bronca un ejemplo para que otros que hacen lo mismo tomen nota? Sabemos la respuesta. Ojalá algún día hablemos también de todo esto en alguno de los muchos congresos, debates, charlas, mesas redondas y demás que abundan en el mundo de la gastronomía. Pero ojo, que igual también acabamos como César y Pablo.

Etiquetas: