Queridos amantes del brunch: sois minoría

COLUMNA | En el ruidoso universo virtual, los desayunos de guiso y tenedor son casi invisibles. Sin embargo, en el mundo terrenal y palpable, la realidad es otra

Óscar Gómez

Comunicador gastronómico

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Collage de Hule y Mantel a partir de una escena de Cariño, he encogido a los niños
Collage de Hule y Mantel a partir de una escena de Cariño, he encogido a los niños

Queridos bruncheros: sois minoría, sois escasos. Os concedo que los del almuerzo en plato hondo apenas existimos en el meta-universo digital y enredado, y que en los medios tradicionales somos una especie casi invisibilizada. La cuchara despierta grandes consensos en el marco teórico, pero su presencia en los altavoces publicados no se concreta con proporcionalidad justa y necesaria. Pero en el mundo real somos legión, somos más. Vengo a decíroslo a la cara.  

El desayuno festivo de nuestros tiempos ya no es un ejercicio de pragmática calórica, se ha convertido en una experiencia hedonista y asequible. Y ya me perdonaréis, queridos, pero afirmo sin acritud que el brunch es simplemente una falacia urbana. Sois fake. Una máscara chic que no se corresponde con la realidad de mi tierra y de sus gentes. Una excepción minoritaria. El rey va desnudo en cuanto sales de los hoteles de lujo y su grosera estandarización para desayunarse las mañanas. Es una comida global, cocina deslocalizada.

Querido brunchero urbano, sois cuatro gatos. ¿Crees que estoy exagerando? De esta realidad son testigos mis sábados de kilómetros y neumáticos desgastados. Saca el pescuezo de la ciudad y asómate al paisaje, que no te va a hacer falta ni llegar al campo. En los barrios y en el extrarradio abundan bares para desayunar a carrillo abierto. No encuentras en ellos ni una sola tostada con aguacate y ese queso tan insulso como blanco. Son el mundo real, silencioso, poco instagrameable y, salvo honrosas excepciones, muy poco relatado.

En los barrios y en el extrarradio abundan bares para desayunar a carrillo abierto.

La primera corona de mi ciudad es una realidad mediáticamente translúcida, casi invisible. Hacemos la del avestruz porque estos bares no tienen agencias intermediarias ni community manager que se encargue de enviarnos amables comunicados. Y cuando hablamos del territorio, más allá del extrarradio, el silencio mediático se convierte en atronador. Existe un apabullante edén de aromáticos guisos que perfuman los buenos días a golpe de bocado meloso y estofado. Legumbres, sí, legumbres. Bien guisadas y servidas con caldo. Y callos, callos con mojapán y salsas achorizadas. Para arrancar el día son mano de santo.

Los comedores están llenos de parroquianos. Si no madrugo y llego prontito, me toca esperar. Es lo que hay y yo contento, entusiasmado. Los brunch son cuquis y no niego que son ricos los aguacates, las "chisqueics", los bollitos, las granolas y los bagels. Pero me tenéis hasta los benedictinos. Vuestro mundo no es real. Sois minoría, aunque vuestros mensajes se escuchen tan alto. No tengo nada contra el brunch, pero nosotros vamos ganando.