“A pesar de que sea uno de los
elementos más sencillos de cualquier cocina podría pensarse que el ovoide no trae grandes problemas… pero no es así”.Párrafo extraído de “
El cocinero científico” (editorial RBA), de los autores Diego Golombek y Pablo Schwarbaum, con
prólogo de Ferrán Adriá. En el capítulo 3 y bajo el
epígrafe de “Entradas triunfales” ambos autores expresan a la perfección todo lo que acaece con uno de los elementos más interesantes en la cocina como es el huevo.

En el compendio se llama la atención acerca de la gran cantidad de
forofos del huevo frito a quienes le traen la agradable especialidad gomosa, pegajosa o con los bordes quemados. “El problema –advierten- es
casi siempre la sobrecocción, una relación con el proceso de altas temperaturas, por lo que hay que tener mucho cuidado de no pasarse”.Una de las soluciones, según los autores, es que cuando el huevo esté a medio hacer, verter una
cucharada de agua a la sartén. Sale mucho humo pero no hay que asustarse; se tapa, dado que el agua tiene una gran capacidad para absorber calor. “De hecho, utilizamos esta propiedad del agua, ya que
‘al sudar’ el huevo se fríe más homogéneamente sin sorpresas”.

“El agua también va muy bien con los
huevos revueltos: un par de cucharaditas de agua por huevo bastan, pues a medida que se cocina la mezcla el vapor de agua le dará una
textura más suave. Aún mejor es usar
leche o crema de nata: tienen el mismo efecto y le dan más gusto al revuelto. En este caso nada de excusas dietéticas”.Sale a colación lo de
poner el huevo crudo en un recipiente con agua: si se hunde y queda de costado está fresco; si se hunde y queda de pie está en el límite; pero si flota seguramente estará en mal estado porque, a medida que envejece, la yema y la clara pierden humedad y la cámara de aire se agranda y lo hace flotar.
TAMBIÉN EN HULEYMANTEL.COM