Verónica, Elena y la cocina frívola

Elena Santonja estableció como objetivos de Con las manos en masa: "informar, relacionar y salvar". Han pasado treinta años y la comunicación gastronómica ha dado muchos giros, pero su legado no debería olvidarse

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Verónica Forqué y Elena Santonja en Con las manos en la masa de TVE. Foto: Archivo de Televisión Española???
Verónica Forqué y Elena Santonja en Con las manos en la masa de TVE. Foto: Archivo de Televisión Española???

"No creo que sea necesario presentarles a ustedes a Verónica Forqué", sostenía Elena Santonja al inicio del capítulo de "Con las manos en las masas" al que acudió la actriz. Era 1989 y ambas vivían un momento dulce. En aquel plató circulaba la flor y nata de una España desacomplejada con ganas de comerse el mundo, y a Verónica se le solapaban los proyectos de cine, teatro y televisión. Pelirroja, delicada, pálida y sensible. Era una treintañera pintada por Dante Gabriel Rosetti.

Elena Santonja conocía a Forqué desde que era una niña y aquella familiaridad traspasaba la pantalla. Verónica recordó en el programa su infancia en la calle Anunciación, frente al Retiro, en la casa donde aprendió a hacer magdalenas junto con su abuela Rafaela y donde jugaba con el Golositón: "una máquina diabólica que hacía unos pastelillos repugnantes". Sin embargo, cuando se fue de casa no sabía hacer prácticamente nada, por ello llamaba continuamente a Germelina, la cocinera de sus padres. Fue ella quien le enseñó a guisar. Entre risas y cacerolas esmaltadas, recuerdos y silencios tranquilos, cocinaron un minestrone salpimentado de la sabiduría de Elena, que mencionó a Virgilio y la tradición de la antigua Roma. 

Era otra televisión, otra forma de entender la cocina y, sobre todo, otra comunicación culinaria y gastronómica. Es verdad que la competencia era inexistente, pero quiero pensar que hoy Elena, la añorada Elena, volvería a diseñar el mismo formato y volvería a tratar al público como la audiencia inteligente que no necesita la frivolidad de ver una persona llorar ni gritar para comprender que los flanes salen mejor si aplicas el baño María, ya sea en el horno o al fuego. 

Cinco años antes, Elena Santonja estrenó "Con la manos en la Masa" con un invitado también fallecido recientemente, el maestro de maestros Luis Irizar. Que fuera precisamente él el primero y que la primera receta fuera un huevo frito solo puede leerse como una declaración de intenciones. No es la primera vez que lo resalto a lo largo de mi carrera como periodista gastronómica, pero sigue siendo necesario: Elena Santonja comenzaba aquel primer programa diciendo "este es un programa de cocina y para hablar de cocina se necesita tiempo". Y a continuación matizaba el objetivo del programa, al puro estilo de la BBC, pero entre fogones: "informar, relacionar y salvar".

El primer discurso de Elena a su audiencia sirve como base para Hule y Mantel:

"Informar sobre todo aquello que pueda hacer que nuestra casa de a diario hagamos una comida más sana, más abundante y más economica. Relacionar a las gentes entre sí como la cocina hace con los alimentos. Y salvar todo lo que aún puede quedar de salvable en la extensa geografía gastronómica española. Tantas recetas perdidas, tantos viejos trucos, tantas abuelas que nos dan veces un consejo y no las escuchamos. Porque la cocina es cultura y pertenece a la idiosincrasia de un pueblo. Ya lo decía la Pardo Bazán, que era listísima, y estuvo muchísimo tiempo dedicada a los fogones. Cada epoca de la historia modifica el fogón y cada pueblo come según su alma antes tal vez que según su estómago. Como la cocina es cultura puede llegar a ser un arte divertido, pero nunca frívolo". Nunca frívolo. Nunca.