Actor camaleónico y uno de los intérpretes más potentes del cine español, Asier Etxeandia (Bilbao, 1975) vuelve a sorprender con su papel en La cena, la nueva película del director Manuel Gómez Pereira, basada en la obra de teatro La cena de los generales de José Luis Alonso de Santos, que se estrena este viernes, 17 de octubre.
Tras encarnar personajes extremos en Sky Rojo o Dolor y gloria, el bilbaíno se pone en la piel de Jose Luis Alonso Candelas, jefe de tercio de La Falange, y se sienta a un banquete tan grotesco como revelador: dos semanas después de acabar la Guerra Civil, un grupo de cocineros republicanos presos debe preparar una cena para Franco, en el Hotel Palace. Un escenario, el de la cocina, que habla de represión, poder, hambre, miseria, pero también de revolución.
Entre el humor negro y la sátira política, Etxeandia, que comparte protagonismo con Mario Casas y Alberto San Juan, demuestra una vez más que puede convertir cualquier papel —por desagradable que sea— en pura autenticidad. Aprovechamos el contexto para hablar con él de la película y del franquismo, lógicamente, pero también de gastronomía. Porque, como buen vasco, al actor le gusta recibir y es entonces cuando se pone en el papel de cocinillas.
-La Cena parte de una situación insólita: preparar un banquete para Franco con cocineros republicanos presos. ¿Qué te atrajo de este proyecto y de tu personaje, un falangista?
Me llamó Manuel y me dijo: "Léete este guion porque tienes que responder ya si quieres hacer este personaje". Le admiro, siempre me lo paso muy bien trabajando con él, domina la comedia y es un grande del cine español, por lo que le iba a decir que sí, antes de leerme el guion. Me encantó, me meé de la risa y sobre todo me gustó lo coral, disfruto cuando hay muchos compañeros y todos tenemos un peso importante para contar una historia. Además, el elenco era la hostia, fue un sí rotundo, aunque había algo que me preocupaba: interpretar a otro villano.
-¿Qué te convenció?
Pensé que a este le podía dar un tono muy diferente, es distinto a los demás, todo han sido en términos más de drama, y esto era comedia absoluta, por lo que podía dispararme más con el personaje.
-¿Cómo trabajaste ese equilibrio entre lo cómico y lo desagradable de tu personaje?
Sí, es muy desagradable, muy asqueroso, creo que es el personaje más deleznable que he hecho. Bueno, Romeo —su personaje en la serie Sky Rojo— también lo era, pero este es falangista y es algo que ha ocurrido realmente. Enseguida entendí cuál era la pieza del puzzle que tenía que ocupar para que fuera realmente terrorífico y asqueroso y se creara el conflicto con lo demás.
Pero es que, además, luego te pones a mirar lo que era y lo que es La Falange y es que son así, son terroristas, son los más violentos. Incluso para La Falange, Franco era un blando. Eso me sirvió y, por el camino, fui descubriendo que lo que más me ayudaba era el asco, el personaje tiene mucho asco a todo lo que no se parece a él, que es la base del fascismo.
-Exacto, tu personaje suelta perlas como “no queremos que esta escoria cocine para nosotros”. Una frase que, por desgracia, no es tan raro escuchar actualmente.
Sí, este tipo de frases están a la orden del día.
-De hecho, los últimos datos del CIS dicen que uno de cada cinco españoles considera que los años de franquismo fueron buenos para el país. ¿Qué opinas?
El fascismo viene de la ignorancia más absoluta, de estar mirándote el ombligo, de no tener experiencia, de no comprender la libertad del de enfrente. Ya no tenemos que hablar de derechas o de izquierdas, porque hay cosas interesantes en los dos bandos y cosas de mierda en los dos bandos. Estamos en un punto en que deberíamos empezar a tener un poco más de humanidad.
Pensar así tiene que ver con la falta de inteligencia emocional y es lo que estamos viendo en este país. Y hay mucha gente joven que ha oído campanas, porque lo ha dicho algún abuelo que con Franco se vivía mejor y se lo ha creído. Pero no, no se vivía mejor. Sobre todo porque si no pensabas como él, te mataban.
-Precisamente, ¿crees que la película puede hacer que un público joven —Mario Casas, es un reclamo— tome conciencia de lo que fue el franquismo?
La verdad es que no me pongo a pensar en eso porque es su problema, no el mío. No me siento con la responsabilidad de tener que educar a nadie, sí de crear una catarsis y de emocionar o conmover a partir de que mi trabajo sea creíble. Creo que es algo que tiene que vivir cada uno, cuestionarse lo que cree, cuestionarse si tiene razón... La película es para divertirse y para no tomarse en serio, que es una cosa que España debería hacer también. Pensar que puede unir más que separar mediante una risa, me parece bonito.
-Entonces, la sátira y el humor son buenas herramientas...
El humor une, la comedia y la comida unen.
-Si tuvieras que definir la película con un plato o con un tipo de cocina, ¿cuál sería?
Pues con el propio menú de la película, que es bastante casposito. Se basaron en platos que le gustaban mucho a Franco: la sopa al cuarto de hora, una sopa de mariscos de toda la vida, que aunque le gustara a Franco está buenísima; los huevos a la Aurora y la ternera con guarnición.
-Has dicho que eres un gran anfitrión, que te gusta recibir a gente. ¿Qué tiene que hacer un buen anfitrión?
Disfrutar de hacer felices a los demás. Como un buen Cáncer, me encanta llenar mi casa con amigos y darles de comer. Me gusta cocinar, pero me gusta mandar, ya que yo voy a hacer el plato —bromea—.
Me sale muy bien el marmitako, que lo hago bien contundente y con atún, no con bonito. Lo preparo cuando recibo, porque hay trabajo: sello la patata, sello el atún, le echo bien de todo... intento hacerlo en la cazuela de barro. Y pongo a todos a cortar y pelar, mientras vas tomando un buen vino. Me gusta hacer todo el ritual de cocinar juntos.
En verano tengo una terraza, siempre pongo la plancha y lo hago todo allí. Me gusta estar y que la gente vaya llegando. Pero mejor hacer comidas que cenas, ya no me apetecen cenas de mucha gente.
-Y en tu día a día, ¿cocinas habitualmente?
Siempre tengo sopas, incluso en verano, o me las hago en un momento, me quedan muy ricas. Y siempre con fideo durito, gordo. Hago una carrillera estupenda. Me gusta cocinar al horno, y las pastas las hago de mil maneras y me salen riquísimas.
-¿Eres de ir a restaurantes? ¿Tienes sitios de referencia a los que vuelvas?
Soy fan de la comida oriental, me encanta la sopa pho vietnamita con cilantro. Con cilantro, siempre. Y estoy obsesionado con la comida japonesa. También, en Madrid, hay un restaurante gallego que me gusta mucho, que es de toda la vida. Está en Chueca, en la calle Santa Brígida, se llama Ribera del Miño. Es barato y está muy bueno, me gusta mucho ir a comer marisco allí. También tomar un cocido madrileño cojonudo como el de Malacatín, la sopa es una locura. Ah, y la gilda y la cerveza.
-¿Eres seguidor del universo de los restaurantes Michelin?
No, me dejo guiar un poco, pero tampoco tengo mucho tiempo. Soy de muy de chiquiteo, soy muy vasco para eso. No necesito una estrella Michelin para estar bien, me gusta una tasca, que cocinen bien, con buen género y que tenga un ambiente familiar. Y eso que vas con la cuadrilla y vas cambiando. Para mí, eso es el lujo absoluto.
-¿Qué proyectos tienes en marcha?
Ahora estrenamos Frontera, que es una peli catalana de Judith Colell, y El Molino, que dirige Alfonso Cortés-Cavanillas, que se estrenará en diciembre; y estoy rodando un par de películas más. Con Mastodonte acabamos de hacer Mastodophonika en el Palacio Euskalduna de Bilbao, un espectáculo sinfónico que ha sido la hostia, y estamos intentando llevarlo a algún otro gran teatro. Vamos a ver...