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A cuchillo

De las despedidas (y las bienvenidas)

Ana Luisa Islas nos ofrece una visión muy íntima de 'Mejor oler a mar', el libro de ensayos gastronómicos que publica con la editorial Col&Col, coincidiendo con el Día de Muertos

5 minutos

Portada del libro 'Mejor oler a mar', publicado por la editorial Col&Col / Foto cedida

Hace unas horas me despedí una vez más de México para viajar a España. Desde 2003, que visité este país por primera vez, he cruzado el Atlántico en esta dirección más de una decena de veces. Las despedidas son un tema recurrente en mi familia. Hemos teorizado sobre ellas porque las hemos padecido innumerables veces. Mi hermano Juan Pablo dice que hay que estar contentos porque cada despedida significa una bienvenida. Es verdad.

Estoy triste por dejar a Chester, un perro veterano de la manada que siempre fue muy tragón y que recientemente ha decido que él comer más bien poco. No sé si en un par de meses que recorra el camino de vuelta Chester me esperará tras la reja verde, junto a Negrita y Golo. Espero que sí. Gatina tampoco ha estado muy fina últimamente. La carcome un cáncer que le brota en una pierna. Se lo quitamos ya tres veces y vuelve a salir. Me despedí de ella ayer por la mañana. No sé si volveremos a vernos en esta vida. Así son las despedidas. A veces son funestas.

He cruzado siempre el charco con esperanza de buenos ratos, viajes y comida deliciosa que en México no hemos logrado igualar, como las paellas, los torreznos o el vermut.

Y, sin embargo, como dice Juan Pa, también significan una alegría porque allá en Barcelona me esperan no sólo reencuentros con gente muy amada sino también alegrías. He cruzado siempre el charco con esperanza de buenos ratos, viajes y comida deliciosa que en México no hemos logrado igualar, como las paellas, los torreznos o el vermut (ya estamos en ello). Esta vez no será distinto. Sin embargo, la razón del viaje de hoy no es solo para probar platos que echo de menos o abrazar amigos que son mis hermanos de vidas.

Voy a presentar mi primer libro de ensayos gastronómicos en Barcelona, Madrid y en donde se preste. Me hace mucha ilusión regresar a España precisamente a eso, a compartir mi manera de ver la comida y, por ende, la vida. Mientras volamos sobre las costas de Lisboa, el avión se mueve como maraca. Suelo escribir en los aviones. Debe ser esa posibilidad imperante de no contarla que me hace querer dejar registro de que viví. Supongo que eso mismo es un libro. Un registro de que existo, de que existí. Hubo aquí una mujer migrante que viajó, probó y lo contó.

'Mejor oler a mar' (Editorial Col&Col) es eso, un pedacito de mí: de lo que he comido, de lo que he amado, de lo que soy y de lo que fui.

Mejor oler a mar (Editorial Col&Col) es eso, un pedacito de mí: de lo que he comido, de lo que he amado, de lo que soy y de lo que fui. Es una oda a mis 12 años en España, a mis más de 10 años trabajando en la sala de diversos restaurantes, a lo que he cocinado y probado. Es un final y también un comienzo. Una despedida y una bienvenida. Adiós a lo vivido. Hola a lo que vendrá. Buenos augurios, dicen las nubes.

Por su parte, mi vecina María del Carmen Monzón Yáñez dice que la viudez tras una muerte repentina dura de seis a siete años. Ella sabe de esos temas porque quedó viuda hace más de 15 años, ¡con doce hijos! Cada uno de ellos, gracias a Dios, me dice, se pudo despedir de su padre. Fueron pasando uno a uno mientras le rezaban su rosario, me cuenta.

Ella se despidió de su marido y también de sus hijos varones que ya estaban en edad de trabajar, porque se fueron al norte tras el deceso del padre. Un gran porcentaje de los hombres de San Miguel de Allende emigran a Estados Unidos a trabajar. Algunos no vuelven. Otros no pueden con la morriña y se retachan. A otros los regresan a la fuerza. Otros más construyen su casa, se hacen de un patrimonio y vuelven. El más pequeño de sus hijos emigró menor de edad. Sigue allá. No tiene para cuándo volver, porque cruzar es muy difícil y no puede andar haciéndolo cada tantos meses.

Traigo yo “mi hijo”, mi libro bajo el brazo. Es uno de los que involuntariamente mi esposo me dejó al morir.

Pienso en mi privilegio actual, que me permite regresar a España tan solo tres meses después de haberme ido este verano. Hubo un periodo durante mis 12 años viviendo ahí en los que no pude volver, porque no tenía mis papeles en regla. Cuatro años sin regresar a México. Sé de paisanos que tienen décadas sin pisar su tierra. No quiero ni imaginármelo. ¿Qué bienvenidas habrá recibido mi vecina María del Carmen a cambio de tantas despedidas?

Su legado son sus doce hijos. Registros de que existe y existió. Deme su bendición, le pido, mientras me inclino frente a ella. Te voy a hacer la corta, me dice, y comienza una letanía que tiene de todo menos ser corta. ¿Cómo será la larga?, le pregunto. Muy larga, me dice. Le creo. Traigo yo “mi hijo”, mi libro bajo el brazo. Es uno de los que involuntariamente mi esposo me dejó al morir.

Dejó otros, también, un poemario (El wasabi viene aparte), una novela (La Colla del Arròs) y una biografía recetada (Como la trucha al trucho), todos sin fecha de publicación aún. No existía Mejor oler a mar cuando él estaba vivo. Existía el relato corto que cierra el libro, forma(ba) parte de una novela que estaba escribiendo cuando falleció. No sé si podré retomarla algún día. Con el duelo, cruzó la frontera del abandono para no regresar.

Tiene mucho de él: sus ojos, su cosito junto a la boca, sus manos curtidas, con los pelos quemados por los fogones, sus recetas, su sentido del humor y su rabia.

El cuento que lleva su nombre, y que él inspiró, se lo leí a Manel en voz alta, en la sala de nuestro hogar, meses antes de su muerte. Bromeaba en el hospital cuando se desangraba internamente que alguien me pasara un vasito para hacerle una paja y poder tener un hijo suyo. Nadie me hizo el favor. Menos mal. Este libro es nuestra descendencia. No existiría si lo nuestro no hubiera sucedido y tiene mucho de él: sus ojos, su cosito junto a la boca, sus manos curtidas, con los pelos quemados por los fogones, sus recetas, su sentido del humor y su rabia. Nuestra rabia.

Llevo años intentando despedirme de la viudez. No es un camino plano ni fácil de transitar. Ni se acaba cuando uno así lo desea. Se van dando bandazos de tanto en tanto. Y luego se recae. Y se intenta de nuevo. “Se sale adelante”, dice María del Carmen. “Pero nunca se olvida”. Nunca.

Me dice Lakshmi Aguirre, mi editora y la mente maestra detrás de la colección de ensayos gastronómicos de la que forma parte mi libro, Hojas de Col, que el libro saldrá el 2 de noviembre, el Día de Muertos. La viudez trae consigo nuevas estrías, canas y arrugas. También trae espiritualidad y una necesidad imperiosa de encontrar mensajes ahí donde los haya.

Y aquí estoy, cruzando el Atlántico, con miedo a morir, pero muchas ganas de llegar a puerto a parir a mi primer “hijo”, y con ganas de despedirme de la viudez.

"Es el día del cumpleaños de mi hijo", me dice Lakshmi. “¿Tú elegiste la fecha?”, me pregunta mi amigo Borja Criado. No, ha sido mera casualidad. “Tienes que escribir sobre ello”, me dice. Y aquí estoy, cruzando el Atlántico, con miedo a morir, pero muchas ganas de llegar a puerto a parir a mi primer “hijo”, con ganas de despedirme de la viudez, casi siete años después de haber perdido a Manel en un quirófano del hospital de Sant Pau. Se sale adelante, pero nunca se olvida. Digo adiós para poder decir hola. Que así sea. 

Nos vemos en las librerías de España el 2 de noviembre —ya está en preventa—. Nos vemos en la Librería Obaga de Barcelona (8 de noviembre, 19h), en la Librería Rafael Alberti de Madrid (15 de noviembre, 19h) y en Delibros en Marbella (16 de noviembre, 18.30h). Los espero también el Día de Todos los Santos, a las 12 del mediodía, en la Sala Basiana de la Nau Bostik barcelonesa, en donde montaré junto con mi amiga Begoña Alarcón un altar de muertos comunitario. Manel estará presente. Los esperamos a ustedes también, con pan de muerto, chocolate caliente y, claro, ¡vermut! Fins molt aviat! 

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