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A cuchillo

Elegía a Juanito (del Pinotxo)

COLUMNA | Entre cortado y cortado, se nos ha ido Juan Bayén. Esta elegía es un agradecimiento por haber sido el personaje entusiasta y vitalista que nos abría la puerta de La Boquería

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Dibujo de Óscar Nebreda para el libro 'La Boquería del Juanito, Pinotxo'. Cedido por Genco Editorial

"En Barcelona, su ciudad y la mía, se me ha muerto como el rayo, Juanito Bayén, con quien tanto quería". 

Con este sencillo verso —que yo he versionado— empieza Miguel Hernández su famosa elegía a Ramón Sijé. Intento, sin conseguirlo, que no repique en mi cabeza, pero su hondura se cuela en mi teclado.

Sé, a ciencia cierta, que muchos barceloneses lo sienten así. La muerte no es imprevisible, pero su zarpazo es demoledor porque abre cráteres en lo más profundo de la memoria colectiva de un pueblo. En ese difuso lugar donde perviven para siempre los que dejaron una huella indeleble.

Ramon Cabau y Juanito Bayén se erigieron en representantes de los valores de la convivialidad mediterránea

No es mi pretensión a día de hoy añadir nada a todas las alabanzas sobre su figura y a los ríos de tinta infecta que han corrido tras su muerte, sino incitar a la reflexión pausada que conlleva todo duelo, lidiar de nuevo con la incómoda pregunta sobre la Barcelona que tenemos y la que deseamos, sobre la deriva inquietante de sus mercados, sus lugares emblemáticos, sus iconos y símbolos. 

Decía Ramon Cabau que “el arte de la cocina era un arte profundamente humanista”, algo de lo que, sin duda, hacían gala Juanito Bayén y su amigo, el malogrado cocinero. Sin pretenderlo —o tal vez, sí; poco importa—, ambos se erigieron en representantes de los valores de la convivialidad mediterránea, el amor por la comida y las mesas o barras compartidas, la veneración por la ciudad y sus gentes que son, en definitiva, quienes la construyen a diario. Todo lo demás es efímero, transitorio y está de paso.

Los grandes nombres se esculpen sobre la piedra dura, “la que ya no siente”, como decía Rubén Darío. Las personas como Ramon y Juanito se hacen un hueco en la historia cotidiana de la ciudadanía, crean una simbiosis con ese imaginario cultural del que todos nos sentimos partícipes. Vampirizamos su recuerdo para pensar que un día fuimos alegres, cordiales, confiados, bendecidos por el Mare Nostrum y sus constantes aportaciones culturales.

Ramon y Juanito, el niño del perrito al que llamó Pinotxo, se convirtieron en el alma de esa fiesta de la abundancia que debería ser un mercado popular pletórico de comida. De ahí que cada día ambos se vistieran para la ocasión: chaleco, pajarita, bombín o canotier para el señor Cabau, flores y galanterías. Al fin y al cabo, hay que mostrarle respeto al respetable, entregarle tu mejor sonrisa, lenguaje universal donde los haya, puerta de entrada para los afectos que vendrán luego.

"La vida me sonríe como yo le sonrío a ella", explica Juanito en las últimas palabras narradas para su biografía

“La vida me sonríe como yo le sonrío a ella”, explica Juanito en las últimas palabras narradas para su biografía, La Boquería del Juanito. Pintotxo (Genco Editorial). Nada de karmas y milongas. Con esa simple filosofía del que se siente agradecido, virtud poco corriente, afrontaba el Juanitu lo que la vida le iba deparando, abriendo al alba aquella barra por donde pasaba lo más granado, colorido y variopinto de la condición humana. 

Y así, el noctámbulo despechado y hambriento se iba a la cama con un capipota y un bon día, pequeño ramillete de esperanza matutina; el barrendero de las Ramblas, con un talladet y una sonrisa; la paradista del mercat del peix que a las siete tiene ya escamas en las uñas se endulzaba la mañana con un xuxo de crema y se llevaba un piropo de propina; el turista, la foto de un tío con muchos dientes que parece trabajar con un motor a propulsión mientras habla con todo quisqui, ya sea coreano, de Cerdanyola o de un pueblo de las Alpujarras granadinas. Eso sí, a todos los tiene calados desde el instante en que asoman la nariz por la barra para olisquear los garbanzos con morcilla y a todos, por la gloria de su madre, que en paz descanse, los va a hacer volver al Pinotxo.

El noctámbulo despechado y hambriento se iba a la cama con un 'capipota' y un 'bon día', pequeño ramillete de esperanza matutina

Así, entre cortado y cortado, se nos ido Juanito Bayén. El coche fúnebre salió del mercado —su casa, la de muchos-— y se oyó a la Caballé y a Freddie Mercury cantar a Barcelona, entre aplausos y algunas lágrimas. Seguramente más de uno recordaba en ese momento aquella ciudad joven, “guapa”, exultante, que se abría al mar y se quería comer el mundo en cada barra y en cada parada de sus mercados. Y, cómo no, a aquel hombre pequeño y atlético que llevó la antorcha de los Juegos Olímpicos por toda la ciudad con tal energía y gracejo que para sí quisieran más de un deportista de élite. 

Corre que te corre, Montjuïc arriba, Montjuïc abajo, se nos ha ido el Juanitu (díganlo así por Barcelona y no se preocupen por el Fabra). Manuel Vázquez Montalbán le preguntaría: ¿Qué o quién te persigue, Juanito, que vas a toda hostia por el mundo? La muerte, Manolo, la muerte. ¿Lo de siempre? ¿Cap i pota y una copita de cava?

Espero que haya una respuesta por parte del consistorio acorde con la calidad humana de la persona que se nos ha ido

Las elegías no son, como ya lo han visto, mi género favorito. Tengo ya demasiados muertos a mis espaldas, y yo misma me acerco peligrosamente a la primera línea de fuego. Pero creo que, quien más quien menos le debe, sobre todo si estamos inmersos en el mundo de la gastronomía, cada uno desde nuestro corner, un sincero agradecimiento por haber sido el personaje entusiasta y vitalista que nos abría la puerta del mercado cuando aún teníamos tanto por aprender y por vivir.

Espero, sinceramente, que haya una respuesta por parte del consistorio acorde con la calidad humana de la persona que se nos ha ido, pero, sobre todo, espero que la ciudadanía sea más proactiva, menos "bárbara", que diría Maria Nicolau, con aquellos lugares y personas que son emblemas de nuestra idiosincrasia, ya sean bares, mercados, restaurantes o tiendas. La mejor manera de luchar contra la turba de buitres que se nutren de nuestros cadáveres es, precisamente, no dejarlos agonizar. A todo lo demás, llegamos tarde y las elegías no sirven para nada.