MasterChef, Jordi Cruz y la toxicidad en 'prime time': la pregunta que nadie sabe responder

COLUMNA | MasterChef no es una escuela de cocina, es un show televisivo. La pregunta es: ¿por qué Shine Iberia tiene el poder para hacer lo que quiere en la televisión pública?

Iker Morán, periodista y autor en Hule y Mantel

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El chef y jurado de MasterChef Jordi Cruz / Foto: RTVE / Hule y Mantel
El chef y jurado de MasterChef Jordi Cruz / Foto: RTVE / Hule y Mantel

Pocas cosas unen más al país que la manía que le tenemos a Jordi Cruz. ¿No es maravilloso que haya dos Jordi Cruz famosos y que todo el mundo sepa de quién hablamos si se dice el bueno y el malo? Son algunos de los tuits que hemos leído estos días alrededor de la penúltima polémica de MasterChef y que, confesamos, nos han hecho reír un poco.

Y es que convertir a Jordi Cruz en el malo de la película es una opción tentadora. Su actitud en el programa y alguna que otra declaración sobre economía, hostelería o la supuesta cultura del esfuerzo hace que sea relativamente sencillo verle como el estandarte de los valores de mierda que abandera MasterChef desde hace años.

Pero os aseguro que en persona gana. De verdad. Soy poco sospechoso de andar defendiendo a alguien que aseguró querer casarse con Ayuso por su gestión en Madrid de lo de las cañas y la libertad cuando la pandemia —es el titular que me sirvió en bandeja hace tiempo en una entrevista—, pero no deberíamos olvidar que lo de MasterChef es un papel. Y, para que conste, estas líneas están escritas antes de que Cruz y Tamara escenificaran ayer la paz en un directo en el Instagram del cocinero que pilló a muchos desprevenidos.

Convertir a Jordi Cruz en el malo de la película es una opción tentadora.

Hace años pude asistir a un rodaje de este programa y hay dos cosas que quedan muy claras desde el primer minuto. La primera es que los presentadores y jueces tienen un guión. Parece obvio, pero no está de más recordar que lo que dijo Cruz cuando Tamara decidió dejarlo no fue algo improvisado.

De hecho, conociendo las dinámicas de la televisión, es posible que el resto de concursantes no supieran de antemano la decisión para tener las reacciones reales, pero sí el equipo y la dirección del programa que, como siempre, supo aprovecharlo para el espectáculo.

Porque otra de las cosas que descubres al ver el trabajo de rodaje es que allí se graba todo. Hay prácticamente una cámara siguiendo a cada participante, registrando cada gesto, movimiento y comentario. Y es a la hora de montar el programa cuando se decide que va, que no va, y qué tono se le da al conjunto. De nuevo, se llama televisión y funciona así en este tipo de programas. Pero precisamente por eso no vale la excusa del error, del no sabíamos o no lo vimos venir. Todo está perfectamente calculado.

Se llama televisión y funciona así en este tipo de programas. Pero precisamente por eso no vale la excusa del error, del no sabíamos o no lo vimos venir. Todo está perfectamente calculado.

Nos vamos a saltar la parte en la que recordamos que MasterChef no es un programa de cocina —para eso está Arguiñano— sino un talent show. “Estamos haciendo televisión”, repetía Jordi Cruz en el citado directo con Tamara. En 2024, tras decenas de ediciones en todas sus versiones y numerosas polémicas que de vez en cuando parece que van a acabar con el programa, deberíamos tenerlo todos muy claro. También los concursantes, por cierto.

Sobre todo porque a estas alturas poner cara de mucha sorpresa y susto y hacer lo del capitán Renault en Casablanca, “qué escándalo, en MasterChef hay un ambiente tóxico”, queda genial para los titulares, pero da un poco de risa. Compañeros y compañeras, ¿hemos olvidado ya lo que pasó con Verónica Forqué?

El programa explotó las salidas de tono de Verónica Forqué y convirtió un problema de salud mental en un show. Y lo hizo conscientemente.

La actriz pasó por la versión Celebrity del programa, donde mostró claramente que algo no iba bien. La dirección del programa, lejos de reaccionar al ver su comportamiento y buscar ayuda, la convirtió en una de las protagonistas, explotó sus salidas de tono y reacciones y convirtió lo que evidentemente era un problema de salud mental en un show. Y lo hizo conscientemente porque, insistimos, el programa se graba y hay muchísimo margen de maniobra en el montaje.

Aquello no se paró porque Shine Iberia, la productora del programa, maneja como pocos el espectáculo y sabe que da audiencia. Cuando meses después Forqué se suicidó, llegaron los lamentos y el escándalo. En RTVE todo fueron comunicados y exigencias de responsabilidad. MasterChef dijo que lo sentía mucho y que no volvería a ocurrir y listo. En unas semanas, tema olvidado y aquí no ha pasado nada.

Lo que ha ocurrido ahora con la concursante abucheada porque decide dejarlo por los efectos del programa sobre su salud mental es la mejor prueba de que nadie ha aprendido la lección. Que tampoco teníamos dudas al respecto, pero por si quedaba algún optimista en la sala, aquí está la prueba definitiva: MasterChef no va a cambiar porque, mientras siga teniendo audiencia nuestros artículos indignados, los comentarios en redes, las críticas a Jordi Cruz e incluso los comunicados de RTVE se los pasa por el prime time.

MasterChef no va a cambiar porque, mientras siga teniendo audiencia, los artículos indignados, los comentarios en redes, las críticas a Cruz y los comunicados de RTVE se los pasa por el 'prime time'.

Sí, como El Hormiguero. Pero con la diferencia de que aquí pagamos todos y a una televisión pública cabe exigirle justo lo contrario que ofrece MasterChef: sentido común en vez de audiencia. Porque más allá de las anécdotas y polémicas puntuales, el problema de fondo es ese mensaje que se ha instalado hace años en este tipo de programas, donde se vende éxito, superación y esfuerzo al más puro estilo de las estafas piramidales del tal Lladós, ese del que tanto se habla ahora.

"Fuck, tienes que cocinar más". "No me llores bro, eres un perdedor, aquí se viene a triunfar como una fucking bestia". MasterChef no es una escuela de cocina, es un show en el que se llama triunfar a acabar vendiendo hamburguesas que salen de cocinas fantasma y reparten riders que son falsos autónomos. ¿Te ha quedado claro o eres un fucking mileurista?

MasterChef no es una escuela de cocina, es un show en el que se llama triunfar a acabar vendiendo hamburguesas que salen de cocinas fantasma y reparten 'riders' que son falsos autónomos.

Así que yo no quiero ver otra vez a Dabiz Muñoz en MasterChef, sino a un abogado laboralista hablando de convenios, de los cambios en el sector, o explicando a concursantes y al jurado por qué cuesta tanto encontrar equipo de cocina y de sala. Por qué tantas personas, como esta concursante, han dicho basta. No va a pasar, lo sé, pero no debería sonar a locura en una televisión pública.

El caso es que mientras le pedimos cuentas al malvado Jordi Cruz, afeamos a los cocineros y cocineras que han pasado y pasarán por el programa —pobre Francis Paniego que le toca salir esta semana, por cierto—, o la dirección de TVE asegura que se toma muy en serio la salud mental y que por eso retiran el episodio de su web, la pregunta que en el mundillo de la televisión hace años suena es: por qué Shine Iberia cuenta con ese poder e impunidad para hacer y deshacer lo que le da la gana en la televisión pública. Para eso, por lo visto, nadie tiene respuesta.