Mujeres que cocinan, aunque no quieran

A lo largo de la historia, se relacionan las manos de la abuela y la madre con la buena cocina y el auténtico legado culinario. Un legado no siempre creado con placer

Laia Shamirian, escritora gastronómica. Hule y Mantel

Periodista gastronómica, nutricionista y bióloga

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Interior con mujer en el piano. 1901. Vilhelm Hammershøi
Interior con mujer en el piano. 1901. Vilhelm Hammershøi

Sin entrar en dicotomías perniciosas, existen gracias a los cielos, muchos tipos de mujeres. Las que aman cocinar y saben limpiar el pescado, preparar caldos, hacer sofritos, hornear carne y montar unos estupendos canelones. Todo ello, con la soltura de quién lleva una vida entera haciéndolo. También están, las que aman hacer pan, pasteles, magdalenas, que encuentran en ese placer, un estilo de vida, e incluso una opción de negocio.

Y hay, por lo menos, un grupo más, las mujeres que odian cocinar. Las que no lo soportan. Las que no quieren pasar horas en la cocina. Las que no encuentran satisfacción alguna en limpiar un rape, en cortar verduras, acudir al mercado. Y aun así lo hacen.

Algunas de ellas son mujeres jóvenes, independientes, sin hijos a su cargo, profesionales que pueden pasar doce horas al día investigando en un laboratorio, cubriendo un evento, buscando clientes. Relacionan cocinar con un acto aburrido, que exige planificación, y les obliga a renunciar a su tiempo libre, un bien muy preciado. Aun así, de vez en cuando compran y cocinan a conciencia, movidas por el instinto de supervivencia y por cierta preocupación nutricional y ambiental. Gachas de avena, hummus con zanahoria, lasaña vegana.

El otro grupo de mujeres que odia cocinar, y aun así lo hace, son las que no lo disfrutaban de jóvenes y mucho menos, de madres. Cuentan con los dedos de las manos, las ocasiones en las que, la alegría de compartir mesa superó su desgana por cocinar. Y afirman rotundamente que tener hijos solo lo empeoró. Acabó de dinamitar cualquier posibilidad de disfrute, convirtiendo el cocinar en una responsabilidad inalienable, repetitiva, obligatoria, estresante y poco gratificante. 

Como siempre, las cosas cambian. Cada día, aparecen más servicios a domicilio, más plataformas de comida preparada y más opciones saludables listas para comer. Herramientas que pueden mantener alejadas de la cocina a las jóvenes, y madres, y posibles futuras madres, que así lo deseen.

Sin embargo, no puedo evitar pensar cómo la tan venerada tradición culinaria de abuelas y madres, legado de inmenso valor histórico, ha podido sostenerse tanto tiempo, sobre los hombros de mujeres que cocinan, aunque no quieran.

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