Sobre los caterings de las bodas, la innecesaria trufa y la vuelta a la sencillez

COLUMNA | Empieza la temporada de bodas y el 'menos es más' es una premisa que también se debería aplicar a las comidas de este tipo de acontecimientos

Sarah Serrano

Historiadora y comunicadora gastronómica

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Pareja de novios cortando una tarta de boda / Foto: Canva
Pareja de novios cortando una tarta de boda / Foto: Canva

La primavera trae consigo las ganas de salir a las calles, las flores y alergias y el arranque de la temporada de bodas. Este año he recibido tres invitaciones y mi teléfono y yo vivimos con miedo cuando suena una nueva notificación pensando en todo lo que suponen estos eventos.

Las bodas son un nicho increíble para todo tipo de negocios organizados como un hampa que se reparte los beneficios de los vestidos de novia, el alquiler de chaqués, la decoración, maquillaje y peluquería, coches de lujo, las flores y, por supuesto, la comida

Elegir todas estas cosas es siempre difícil, pero la gente suele ser menos crítica con las flores que adornan las mesas y toda la decoración que con lo que se pone en el plato, así que la selección del menú es un asunto delicado. No recuerdo ningún casamiento en el que no se haya comentado la comida y el vestido de la novia (sí, esto sigue pasando, nos guste o no).

La gente suele ser menos crítica con las flores que adornan las mesas y toda la decoración que con lo que se pone en el plato, así que la selección del menú es un asunto delicado.

En el peor escenario posible los invitados se quedan con hambre. Eso es algo que todo el mundo que se casa quiere evitar, a menudo a costa de darle la vuelta a la situación y acabar encargando comida para muchos más comensales de los necesarios, lo que inevitablemente provoca que decenas de tartaletas, bocaditos, conos, crujientes, cucharitas y todos esos términos que ya aborrecemos y que suelen ir siempre atufando a trufa, acaben en la basura.

Cuando estaba estudiando la carrera hacía algunos extras en el catering de una de esas fincas dedicadas a bodas y celebraciones. La primera vez que vi un cubo de basura —de los de cocina profesional, nada que ver con los que tenemos en casa con una capacidad de 30 litros— lleno hasta casi desbordarse de aperitivos y cordero deshuesado con su guarnición, mi cerebro colapsó un poco.

La primera vez que vi un cubo de basura lleno hasta casi desbordarse de aperitivos y cordero deshuesado con su guarnición, mi cerebro colapsó un poco.

Estuve los dos siguientes pases atrapada en ese momento en el que el chico del office vaciaba platos y bandejas con comida en perfecto estado en el fondo de una bolsa negra brillante que la recibía impasible. Era mi primer día y se me ocurrió preguntar a una compañera por qué no lo repartían entre los empleados.

Como si hubiera soltado la mayor de las blasfemias, su cara cambió. Me advirtió, de manera muy seria, que no se me ocurriese hacer llegar esas palabras a las jefas. Era un tema tabú. De eso no se habla. Al parecer, en una ocasión algún empleado se había intoxicado con la comida sobrante y había denunciado a la empresa. Siempre pensé que era una excusa y, buscando en internet, he hallado más referencias parecidas, lo que me lleva a pensar que se trata de una leyenda urbana.

Las normas sanitarias no permiten que la comida se distribuya fuera del lugar de producción por una cuestión de control de temperatura y manipulación. La seguridad alimentaria nos evita muchísimos problemas, pero es incompatible con el hambre y compatible con el derroche. 

Cuando voy a una boda sé que no voy a comer bien. Tampoco a beber (...) se valora es más la duración de la barra libre que las etiquetas que descansan sobre las botellas.

Cada vez que voy a una boda soy consciente de que no voy a comer bien. Tampoco a beber, pero ese no es mi negociado y la realidad es que los invitados ahí lo que valoran es más la duración de la barra libre que las etiquetas que descansan sobre las botellas.

Volviendo a la comida, si tienes fortuna habrá jamón y una estación de quesos. Apuesta segura. Ahí es donde hay que intentar hacerse fuerte y aguantar porque después, con mucha probabilidad, todo irá a peor. Entre pamelas, corbatas y tocados de plumas se irán sucediendo una fantasía de entrantes en forma de caramelo de rabo de toro con salsa teriyaki o tacos de salmón ahumado con mayonesa de ajo negro y, cuando ya estés lleno, saldrán los platos más fuertes. Esto suponiendo que se trata de una boda tipo cóctel, tan de moda últimamente.

Si no, te harán pasar a un salón donde estarás durante un par de horas peleando con el solomillo y la merluza en salsa, peaje de sorbete mediante. Siempre he pensado que la gente se complica mucho eligiendo menús con platos que parecen innovadores y que no suelen estar bien ejecutados.

Probablemente si se invirtiera más en calidad que en cantidad todos los asistentes, los novios y los invitados, acabarían con más felicidad y menos antiácido en el cuerpo.

La premisa "menos es más" también se puede aplicar aquí. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a Mies Van der Rohe. Probablemente si se invirtiera más en calidad que en cantidad todos los asistentes, los novios y los invitados, acabarían con más felicidad y menos antiácido en el cuerpo. Aunque en esto último el alcohol no ayuda, seamos sinceros. 

Estoy segura de que no todo el mundo mira la comida en estos eventos de la forma en la que la veo yo, pero es que hay cosas que no entiendo y que, creo, son universales. Por ejemplo, no entiendo nada cuando me llega una concha de ostra, que he visto venir desde lejos dentro de una caja de madera y que ha provocado que mi cerebro ponga a funcionar mis glándulas salivales, con algo dentro que no sea una ostra ni nada parecido, sino una masa informe de crustáceos batidos.

En ese momento las caras de la mayoría de los invitados que esperaban con alegría algo fresco y salino muestran su decepción y yo las observo mientras pienso en cuantos usos y lavados habrá tenido esa concha de ostra convertida en vajilla.

Tampoco entiendo que todo tenga que llevar trufa, foie o caviar, que en realidad no son tal cosa. Un gazpacho tradicional, con buenos ingredientes, es delicioso.

Tampoco entiendo que todo tenga que llevar trufa, foie o caviar, que en realidad no son tal cosa. Muchas veces es en ese intento de darle originalidad o ese punto “premium” al menú cuando las cosas se tuercen. Un gazpacho tradicional, bien hecho, con buenos ingredientes, es una cosa deliciosa. No necesita añadidos como fresas, sobre todo cuando no es su temporada y hay que tirar de azúcar para remediarlo.

Este tipo de cosas acaban por darle una pátina casposa a la mayoría de los menús de boda que he probado. Es evidente que el objetivo de ese día no es tener una experiencia gastronómica que te cambie la vida y que dar de comer a cientos de personas a la vez es un reto importante, pero, precisamente por eso, quizás sea mejor apostar por la sencillez.

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