Cartas clónicas: sobre el corta y pega gastronómico

COLUMNA | Falta de personalidad, repetición y aburrimiento es lo que se percibe en las cartas de ciertos restaurantes. ¿Cuál es su aportación al terreno gastronómico?

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Cartas clónicas: sobre el corta y pega gastronómico / Imagen Zozu para Hule y Mantel
Cartas clónicas: sobre el corta y pega gastronómico / Imagen Zozu para Hule y Mantel

¿Hay algo menos estimulante que ir a un restaurante, pedir la carta y que no apetezca comer nada o casi nada de lo que ofrecen? A mí me ocurre a menudo. No porque los platos que sirven no me gusten, no, sino porque me da la impresión —es más una certeza, lamentablemente— de que las propuestas de muchos de ellos se parecen como dos gotas de agua. Son casi idénticas. Clónicas.

Y no me refiero a los restaurantes gastronómicos, obviamente, aunque podríamos hablar, por ejemplo, del pichón, ingrediente que parece insoslayable en la alta cocina.

La falta de personalidad a la hora de desarrollar una carta en muchos establecimientos es evidente. Se repiten hasta la saciedad mantras gastronómicos sujetos a las modas, lo que se lleva, lo que se ve en los medios (cada vez menos) y lo que triunfa en las redes (cada vez más).

La falta de personalidad a la hora de desarrollar una carta en muchos establecimientos es evidente. 

Croquetas, ensaladilla, torreznos con patatas revolconas, puerros a la brasa (con el Josper hemos topado), ensaladas de burrata (un auténtico hit) o tortilla vaga —cuajada por un solo lado— con cosas varias por encima, que últimamente va ganando terreno.

No pueden faltar los baos de pulled pork, los tiraditos, los ceviches, el pulpo a la parrilla, o las costillas de vaca o cerdo (seguimos con el Josper), por supuesto el steak tartar (que se suma a una colección de todo tipo de tartares) y los cortes de vaca vieja (versión madurada o sin madurar). Ah, y atún rojo hasta en la sopa. Con los postres, tarta de queso (fluida, of course) o torrija de pan brioche (requete of course).

En una especie de corta y pega, las cartas se repiten hasta el aburrimiento, poniendo en evidencia como buena parte de la restauración está rendida al puro marketing.

En una especie de corta y pega, las cartas se repiten hasta el aburrimiento, poniendo en evidencia como buena parte de la restauración está rendida al puro marketing. Porque además no responden a ningún criterio concreto, no reflejan un estilo o tipo de cocina, sino que son un totum revolutum apátrida y carente de interés.

Se entiende que en una taberna (ilustrada o no), en un bar o en un restaurante de cocina tradicional o española más o menos actualizada sirvan ensaladilla rusa, croquetas o torreznos. Lógico. Pero la realidad es que ese tipo de platos a menudo se codean en el menú con el taco de cochinita pibil, el mini bocata de calamares con mayonesa de kimchi (en pan bao o en panecillo brioche), el ceviche de lubina o la picaña a la brasa.

Lo habitual es que, además, nada de esto esté realmente bueno, porque la calidad del producto está más o menos al mismo nivel de la cocina: la mediocridad más absoluta. Ni bueno, ni malo, sino todo lo contrario.

En este tipo de propuestas deudoras de las modas, todo es previsible. Sólo con leer los enunciados de los platos se sabe de antemano y con poco margen de error que lo aquí se come y se bebe (no puede faltar la coctelería) no tiene la más mínima gracia.

Estos sitios me producen auténtica pereza y su cocina despersonalizada no aporta nada relevante en el terreno gastronómico.

Todo está pensado y medido, desde la decoración que se repite de un local a otro (ahora lo que mola son las líneas curvas, los dorados y la forja, el uso de vegetación, las lámparas colgantes…), con una iluminación —a menudo escasa— que crea ambientes, música de fondo permanente (muchas veces tan alta que impide conversar) y un servicio confianzudo y no muy profesional (¡qué problema hay con el sala en la hostelería!) que se mueve por el local a golpe de pinganillo, como si de un guardaespaldas de Biden se tratara.

Siento decirlo pero me aburren que me matan estos sitios, me producen auténtica pereza y su cocina despersonalizada no aporta nada relevante en el terreno gastronómico. Para más inri tampoco suelen ser baratos, con una relación calidad-precio raramente juega en su favor. De la valoración precio-placer, ni hablamos. 

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