Túpers para el exilio: el amor de madre en la distancia

COLUMNA | Desde que me mudara a la otra esquina del país, mi madre se ha propuesto seguir alimentándome como si todavía estuviera en el pueblo. Homenajeamos a todas esas madres que ven en la comida una parte esencial de los cuidados

Gemma Burgos Segarra, autora en Hule y Mantel

Doctora en Estudios Hispánicos Avanzados y comunicadora gastronómica

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Los paquetes de comida que Gemma Burgos Segarra recibe de su madre / Foto: Gemma Burgos Segarra
Los paquetes de comida que Gemma Burgos Segarra recibe de su madre / Foto: Gemma Burgos Segarra

Cada primer domingo de mayo celebramos en España el Día de la Madre, una fecha que cambia de día en el calendario según la nación y la cultura pero que lleva celebrándose de diferentes maneras desde la Antigüedad, donde se celebraban festejos en honor a Rea, la madre de los principales dioses griegos. El comienzo de esta efeméride es incierto, aunque un interesante artículo de la Biblioteca Nacional presume su origen en Estados Unidos en 1914 y en la iniciativa de un poeta levantino allá por 1925, si bien en general sus fundamentos son de corte capitalista. 

Hay muchos tipos de madres. Cada una cuida de su familia como mejor sabe y puede, pero si hay un cliché bien extendido en la cultura popular es el de los tápers maternos. Reels, TikToks y monólogos de El club de la comedia —sépase añejo si reconoce la referencia— han abordado este tema con humor. 

"Mi propósito para hoy es compartir con ustedes el resumen de este tiempo de guisos maternos a distancia"

En un mundo en el que cualquier hijo de vecino aspira a trabajar en remoto, las madres llevan décadas de eficiencia alimentando a su prole exiliada. Hace aproximadamente un año y medio desde que me mudé al sur y mi progenitora ha ido perfeccionando la técnica para satisfacer esa necesidad, no sé si primaria, de llenar el buche a su polluela. Mi propósito para hoy es compartir con ustedes el resumen de este tiempo de guisos maternos a distancia. Un pequeño homenaje para esas madres que, como la mía, encuentran la manera de seguir preparándonos y enviándonos sus manjares como si de un FreshCo supervitaminado se tratase.

Lo que cuento a continuación está completamente basado en hechos reales, si bien pasado por un ligero filtro de humor y exageración, aunque para exageración, la de mamá cuando empieza a meternos comida en la maleta. 

31 de diciembre de 2021. A las nueve de la mañana salgo de casa de mis padres con el coche hasta arriba de trastos, regalos y, sobre todo, de comida. Tanta que bien podríamos haber parado a la mitad de nuestro viaje de ocho horas y haber servido una copiosa cena de Navidad en cualquiera de las ventas abandonadas que encontramos en el camino.

"He facturado otra maleta dedicada exclusivamente a la comida de madre"

Un año después, 29 de diciembre de 2022, se repite la misma escena, tan solo que ahora vamos en avión. Son las siete de la tarde e intento meter dos botes de salsa casera en conserva en una maleta ya pasada de peso. Son para un pollo relleno casero que degustaremos felizmente en Nochevieja y que he facturado en otra maleta dedicada exclusivamente a la comida de madre.

Mi madre regenta una pollería y, seguramente sean manías, no encuentro pollo igual donde vivo ahora. Sabedora de mis preferencias, ideó un sistema para que una buena compra de pollo y derivados resistiera un viaje de más de 8 horas en coche. Ahora soy propietaria de una flamante nevera de porexpan digna de los mejores pescaderos con la que traslado pechugas, contramuslos, longanizas y lo que surja de un extremo a otro del país. Hemos "descubierto" que si congelas muy bien la comida y la introduces en una nevera de estas llega a puerto sin descongelarse aunque la pasees por media España bajo el tórrido sol de agosto. 

"Allá por el mes de abril, me llegó, sin avisar, una caja llena de conservas caseras... una Navidad en mitad de la primavera"

Si lo de la nevera les ha parecido poco, allá por el mes de abril, me llegó, sin avisar, una caja llena de conservas caseras de lo más variadas: albóndigas con tomate, guiso de rabo de toro, tomata en tonyina, codornices en escabeche, habas fritas... Una Navidad gastronómica en toda regla en mitad de la primavera. Verduras, conservas o dulces, sea lo que sea, el caso es que el señor de mailboxes y etcétera ya me conoce por nombre, apellidos y dirección.

En febrero andaba yo triste por mi nueva tierra porque aquí no se celebra la festividad en honor de San Blas —santo que protege la garganta y la voz—, que suele llevar asociado el consumo de unos bollos tipo brioche que me encantan. Por aquellos días había yo pedido a casa que me enviaran naranjas de las que cultiva mi familia y cuál no sería mi sorpresa cuando al recibirlas encontré encima del todo un paquetito de la panadería. A veces, ni la distancia puede evitar que se cumplan algunas tradiciones.

"De vez en cuando recibo verdura fresca con botes de conservas caseras de mis platos preferidos"

De vez en cuando recibo un paquete con verdura fresca de la huerta de mi padre: alcachofas, espárragos, calabazas o limones que vienen acompañados de pequeños botes de conservas caseras, generalmente de mis platos preferidos o de aquellos que llevan más tiempo de preparación. 

En mi casa siempre se ha transmitido el amor y el cariño a través de la comida y esta se ha convertido en parte importante de los cuidados. En todos esos muslos de pollo, botes de tomate o alcachofas que me llevo y recibo a lo largo del año hay mucho más que comida, pues cada vez que cocine con ellos, que los consuma, seré de nuevo, por un instante, esa niña que aguardaba diligentemente sentada a la mesa de la cocina, a que su madre sirviera una tortilla de patatas.