En la madrugada de cada 30 de marzo una grúa sobrevuela el cielo de Madrid y deposita sobre la acera del número 8 de la calle Narváez una caseta blanca y azul. A la mañana siguiente, los hermanos José y Miguel García levantan la persiana de lo que hoy es el último aguaducho que queda en la capital.
Con este nombre olvidado se conocía a los puestos callejeros de bebidas que tuvieron su esplendor en la primera mitad del siglo XX cuando solo en Madrid se contaban hasta 300 aguaduchos.
Tradición horchatera en Madrid
![Antiguo aguaducho en el Paseo del Prado / Foto: web Kiosko Miguel y José Antiguo aguaducho en el Paseo del Prado / Foto: web Kiosko Miguel y José](/uploads/s1/43/88/56/laia-2023-08-21t125754-000_5_659x371.webp)
La mayoría eran propiedad de familias alicantinas y valencianas, como los Guilabert, los bisabuelos y abuelos de José y Miguel que en 1910 emigraron de Crevillent para quitar la sed a una ciudad que en verano suda más que pestañea.
Y lo hicieron con dos de las bebidas levantinas más refrescantes: la horchata y el agua de cebada, con las que Madrid emprendería un idilio de los que dejan huella.
![Laia 2023 08 21T143429.152 Laia 2023 08 21T143429.152](/uploads/s1/43/89/61/laia-2023-08-21t143429-152_5_659x371.webp)
Porque por mucho que presumamos los madrileños de nuestra agua, bien que nos ha gustado darle sustancia convirtiéndola en agua de canela o de azahar, aguas aromatizadas muy consumidas durante el Siglo de Oro, o alegrarla con aguardiente y azucarillo.
Pero fueron la horchata y el agua de cebada las que llegaron para quedarse y de las que ya en 1789 hay noticia de su consumo en Madrid, como cuenta el investigador Alberto Sánchez Álvarez-Insúa.
Establecimientos efímeros
![Laia 2023 08 21T141839.215 Laia 2023 08 21T141839.215](/uploads/s1/43/89/31/laia-2023-08-21t141839-215_5_659x371.webp)
La familia Guilabert lleva cuatro generaciones haciéndolas artesanalmente, 113 años —solo interrumpieron durante la guerra civil— durante los que su aguaducho ha sido de hierro, de madera e incluso ha tenido mostrador de zinc, hasta llegar a su forma actual blanquiazul.
En ese tiempo tampoco se ha quedado quieto y ha pasado por cinco ubicaciones, desde la inicial en la calle Cedaceros hasta la actual en la calle Narváez, en la que permanecen desde 1944. Y es que si algo ha caracterizado al oficio de horchatero no ha sido precisamente la inmovilidad.
Los aguaduchos han sido y son construcciones efímeras que se montan y desmontan según los tiempos que imponga el calor veraniego (y las ordenanzas municipales), como efímero y estacional también fue el horchatero ambulante que con la garrafa al hombro o sobre un carrito, recorría las calles pregonando su mercancía.
Los Guilabert, defendiendo el agua de cebada
![Elaboración de horchata en la callen en 1969 / Foto: web Kiosko Miguel y José Elaboración de horchata en la callen en 1969 / Foto: web Kiosko Miguel y José](/uploads/s1/43/89/01/laia-2023-08-21t134019-011_5_659x371.webp)
Pero el horchatero no solo vende horchata, sino que es también el artesano que la elabora. José aprendió de su hermano Miguel y este, a su vez, de su tío Manuel y su madre Lola. En los años 70, cuando el aguaducho aún tenía una pequeña terraza, la horchata se hacía a primera hora de la mañana directamente en la calle, sobre la acera, con una prensa de hierro para después filtrarla, añadirle azúcar y ponerla a enfriar.
Este “refresco valenciano de tradición y madrileño de corazón”, como lo llama Insúa, ha tenido una fama más alargada que la de su pariente el agua de cebada, a la que sin embargo se la reconoce como una “bebida castiza”. Tanto es así que —explica José— no falta en las verbenas de la Paloma o San Lorenzo.
Su casticismo no viene por su origen, sino por el furor que desató entre los madrileños que la bebían a litros. Aunque su consumo ha decaído con los años, se está volviendo a conocer y por ahora ha desbancado al otro icono del verano, el limón granizado.
![El agua de cebada y la placa que acredita la antigüedad del aguaducho / Foto: Instagram El agua de cebada y la placa que acredita la antigüedad del aguaducho / Foto: Instagram](/uploads/s1/43/91/71/laia-2023-08-21t184744-384_5_659x371.webp)
La prepara durante el invierno, cuando tuesta la cebada que se deja macerar después de haberla cocido y a la que se añade azúcar de caña. Esa especie de concentrado resultante se mezcla con agua y a la hora de servir José le añade un poco de limón granizado para mitigar el sabor tostado.
El kiosko de Miguel y José es uno de los pocos sitios en Madrid donde aún tienes la oportunidad de probarla, al menos hasta octubre, cuando la grúa volverá a llevarse el aguaducho dejando desnuda la acera de la calle Narváez hasta el próximo verano.