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'Hambre' (Netflix): un quiero y no puedo gastronómico

CRÍTICA TV | La película 'Hambre' critica la diferencia de clases en Tailandia pero fracasa en lo gastronómico. 130 minutos que solo resultan interesantes a nivel estético

Javier Cirujeda, codirector del podcast La Picaeta y autor en Hule y Mantel

Comunicador gastronómico y codirector del podcast La Picaeta

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Imagen de la película tailandesa 'Hambre' / Foto: Netflix / 'Hambre' (Netflix): un quiero y no puedo gastronómico
Imagen de la película tailandesa 'Hambre' / Foto: Netflix / 'Hambre' (Netflix): un quiero y no puedo gastronómico

Es innegable que la gastronomía está de moda en el cine y en las series, y no hay más que ver los catálogos de las principales plataformas de streaming. Ahora mismo podemos ver varios productos más que dignos estrenados en los últimos meses: The Bear y El Menú, ambas en Disney+, Delicioso y Hierve, dos títulos disponibles en Filmin, y alguno que seguro me dejo.

Netflix no se quería quedar atrás y la semana pasada estrenaba en todo el mundo Hambre, un drama gastronómico tailandés, dirigido por Sitisiri Mongkolsiri (los nombres tailandeses siempre son sencillos), que critica duramente la diferencia de clases en Tailandia y no deja títere con cabeza en la alta sociedad. Pese a las buenas intenciones la película se convierte en un batiburrillo interminable difícil de digerir.

¿Cuál es el argumento?

Los protagonistas de la película 'Hambre' / Foto: Netflix
Los protagonistas de la película 'Hambre' / Foto: Netflix

La película trabaja sobre el clásico camino del héroe, en este caso heroína: Aoy, bien interpretada por Chutimon Chuengcharoensukying (¿qué os dije de los nombres?), regenta un humilde local de noodles y un buen día recibe una oferta de trabajo de Hunger (Hambre), el restaurante itinerante del mejor chef de Tailandia. La cocinera acepta a regañadientes y se ve dentro del mundo de la alta cocina, que le atrae y repele a partes iguales.

La prota en apenas unas semanas se vuelve famosa y gilipollas —con crítica incluida a las redes sociales y a los fondos de inversión que meten pasta en restaurantes—, pero al final recuerda su pasado y vuelve a ser buena gente. Una idea que podría funcionar, pero que se pierde entre inverosimilitudes —lo rápido que asciende la protagonista es fantasía pura— y grandilocuencia, romances impostados —la química entre la prota y su “gancho amoroso” es nula— y un tono que hace que en ciertos momentos no sepas si reirte o llorar.

Clases altas y gastronomía callejera

Nopachai Chaiyanam interpreta al chef Paul en la película 'Hambre' / Foto: Netflix
Nopachai Chaiyanam interpreta al chef Paul en la película 'Hambre' / Foto: Netflix

A nivel estético la película está muy cuidada, y tiene momentos maravillosos cuando nos metemos en la cocina y vemos a la protagonista trabajar con el wok. Resulta auténticamente hipnótico. El problema viene con el antagonista, el chef Paul, interpretado por Nopachai Chaiyanam, que tiene cero carisma y en los planos generales resulta hasta incómodo de ver, ya que notas que el actor no sabe ni qué hacer con sus manos. No hay mejor manera de ver si una interpretación es buena que mirando los planos generales de los actores, ya que el cuerpo también interpreta.

Otro de los puntos más atrayentes de la película es la crítica a la clase alta tailandesa, y que puede ser extrapolable a cualquier otro lugar, y también el intento de poner en valor la gastronomía callejera por encima de la alta cocina, con referencias a platos tailandeses como el pad see ew, el arroz frito o los fideos, pero incluso en eso fracasa. Se toma demasiado en serio a sí misma, lo que hace que haya momentos, como uno en el que están cocinando para unos jóvenes ricachones alrededor de una piscina, que dan auténtica vergüenza ajena.

Estético y poco más

Otro lastre de la película es su duración, 130 minutacos, para una historia que se podría haber resuelto en 90. No sé por qué cada vez hacen películas más largas, cuando hay una clara inercia a ver series con capítulos de unos 45 minutos. Hay escenas alargadas intencionadamente, con cámaras lentas que resultan bochornosas y sin sentido, y planos cerrados de ricachones comiendo con la salsa saliéndose de la boca, que pretenden criticar a estos pero el trazo es tan grueso que resulta intragable.

Podríamos decir que Hambre es un quiero y no puedo desde el minuto uno, y que solo resulta interesante a nivel estético y para pensar en esa idea de lo que significa tener hambre, tanto a nivel gastronómico como en la vida en general. El guionista de esta película tenía hambre, pero como decía el anuncio aquel: “La potencia sin control no sirve de nada”. Y en este caso ese exceso de potencia resulta indigesto.