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A cuchillo

Experiencias gastronómicas

COLUMNA | El afán por disfrutar de una vivencia excepcional cada vez que se visita un restaurante se ha generalizado tanto que al final la cocina casi es lo de menos

3 minutos

Chef emplatando 'experiencias gastronómicas' / Foto: Canva

Si googleas “experiencia gastronómica” salen 2.650.000 resultados. Y eso solo en español. Pocos me parecen, la verdad, sobre todo si tenemos en cuenta que hoy en día casi todo lo que tiene que ver con el comer persigue ser una experiencia gastronómica. O definitivamente dice serlo. Hasta tal punto está manoseada la palabra que ha perdido completamente la esencia.

No es la primera vez esto que ocurre. Conviene acordarse, por ejemplo, del sustantivo gastrobar (palabra que incluso recoge el diccionario de la RAE) que hasta anteayer ha estado –en buena medida sigue estando-- de moda. Quince años atrás era sinónimo de alta cocina informal llevada a un nuevo tipo de bares basados en los postulados de los restaurantes Michelin (de ahí lo de gastronómicos) pero asequibles en precios para la mayoría de los mortales. Hoy el término se ha prostituido de tal manera (lo ves en bares de carretera y pueblos perdidos de la mano de Dios), que lejos de ser un condición valorable se ha convertido prácticamente en un demérito.

Pero volvamos al principio. ¿Alguien tiene realmente claro qué es una experiencia gastronómica? ¿La ha vivido? ¿Cómo la definiría? Todo esto es muy subjetivo, por descontado, y tiene mucho que ver con la memoria de lo comido y lo bebido. La práctica. Y el criterio.

Aluden a dejar volar la imaginación, a la narrativa, a la necesidad del hostelero de crear un storytelling

Veamos. En una de las miles de páginas facilitadas por el buscador se encuentran definiciones como “los clientes han cambiado su forma de consumir, sus expectativas. Ahora persiguen vivir una experiencia e ir más allá de la degustación de alimentos”. Aluden a dejar volar la imaginación, a la narrativa, a la necesidad por parte del hostelero de crear un storytelling, desde el diseño de la carta a la descripción de los platos, el servicio, la decoración, el local y, por supuesto, la comida. Sin embargo si se rasca un poquito el aspecto meramente culinario parece importar menos.

Lo fundamental es tener un relato (otro palabro que aparece hasta en la sopa, nunca mejor dicho), un concepto (otro día prometo hablar de eso), ser diferente, original, sorprender –no necesariamente con los platos--, tener un local que epate –cuanto más mejor--. La experiencia al final es más lo que rodea, lo que viste el mero hecho gastronómico, a pesar de éste e incluso, a menudo, sin éste.

Hablo de brunch flamenco, comidas a ciegas, cena de misterio de asesinato (sic), comer a cinco metros en la copa de árboles

Ese afán por buscar experiencias nos pueden llevar a auténticos despropósitos cuando no a pseudos parques de atracciones donde todo vale y la cocina juega un papel secundario. No me estoy refiriendo –quizás alguien lo haya pensado-- a Sublimotion, un espectáculo tecnológico-gastronómico montado para oligarcas rusos y pastosos internacionales de vacaciones en Ibiza (a 1.800€ el menú), y ahora también en Dubai. Hablo de brunch flamenco, comidas a ciegas, cena de misterio de asesinato (sic), comer a cinco metros de altura en la copa de los árboles, o en una pecera bajo el mar. Todas esas se anuncian como experiencias gastronómicas, tal cual. Experiencias, desde luego lo son. Gastronómicas, lo dudo.

Una experiencia gastronómica sin cocina y producto sobresaliente, es un oxímoron. Carece de sentido. Comer con los ojos tapados es divertido y desde luego pone a prueba tus sentidos. Te ríes, haces amigos, te chupas los dedos, te churreteas y aprendes a darte cuenta de cómo la vista lo condiciona todo, hasta el paladar. Es una experiencia sensorial, pero no gastronómica. De la cena con asesinato, ni hablo.

¿Qué nos impresiona realmente, el más difícil todavía, el menú más caro, el más gore, lo más repugnante?

¿Por qué todo tiene que ser experiencial? ¿Qué nos pasa? ¿Nos aburrimos tanto que tenemos que estar sometiendo al cerebro –no nos olvidemos, todo es cerebral, hasta el gusto-- a permanentes estímulos? ¿Qué nos impresiona realmente, el más difícil todavía, el menú más caro, el más gore, lo más repugnante? ¿Por el hecho de que nos podamos someter a ese tobogán de sensaciones sentados a una mesa estamos viviendo una experiencia gastronómica? La respuesta es obvia.

Leí recientemente que el 70% de los millennials, los que ahora tienen entre 30 y 40 años, buscan experiencias gastronómicas cuando van a un restaurante. Quizá porque como actores de esta sociedad líquida del siglo XXI están en una búsqueda permanente de cosas que les epaten, y cambian continuamente de intereses, coleccionando lo que muchos llaman experiencias. Aunque sean gaseosas.