No pongas a caldo al diccionario, sino al vino

COLUMNA| La traductora Rosa Llopis no solo reflexiona sobre por qué la más alta entidad de la lengua española se resiste a cambiar la palabra caldo como sinónimo de vino. Además, ofrece una solución que podría considerarse placentera para todas las partes

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Traductora gastronómica y autora

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No pongas a caldo al diccionario, sino al vino
No pongas a caldo al diccionario, sino al vino

El diccionario de la RAE está lleno de términos que a más de uno le hacen sangrar los ojos: crocodilo, culamen, asín, toballa y un largo etcétera que, cuando nos adentramos en lo gastronómico, además de sangre levantan ampollas y más de una ceja: almóndiga, güisqui y una que directamente manda a la UCI al más sereno: caldo en referencia al vino.

Muchos enólogos, gastrónomos, hosteleros y profesionales de la cocina están hartos de reclamar a la Academia que elimine esa referencia. Incluso hay una petición abierta en el sitio web Change.org. Petición que, hace unos días, pareció que había sido concedida cuando varios medios de comunicación locales se hicieron eco de una noticia rotunda: un jumillero había convencido a la RAE de eliminar dicha referencia.

No obstante, al entrar en el diccionario en línea, la segunda entrada del término en cuestión, caldo (que no vino), seguía siendo la misma que hace años: «2. m. Jugo vegetal, especialmente el vino, extraído de los frutos y destinado a la alimentación. U. m. en pl. La Rioja es famosa por sus caldos». Es más, al ser preguntada a través de la etiqueta #RAEconsultas, respondieron que no tenían constancia de tal modificación. En vista de esto, ¿por qué la más alta entidad de la lengua española se resiste a hacer este cambio?

La Academia no entra a juzgar si es apropiado o no

La razón es más sencilla de lo que parece, aunque puede que no convenza a muchos de los firmantes de esta iniciativa. El diccionario de la RAE es un diccionario de uso, es decir, descriptivo, no prescriptivo. En otras palabras, la Academia se dedica a recoger en el diccionario las múltiples maneras en las que usamos cada término. No entra a juzgar si es apropiado o no, no determina si es la mejor o peor manera de hacerlo, tampoco impone su uso, solo lo recoge y lo describe. Describe los usos que existen o han existido en referencia a cada término.

Cierto es que de un tiempo a ahora el uso de caldo en referencia al vino ha caído en picado y hasta se entiende como algo despectivo, pero, aún así, esa referencia ha de permanecer en el diccionario porque hubo un tiempo en el que sí se usó. Porque existen documentos (de otras épocas) en los que sí aparece esa referencia. Porque la labor de la RAE en el diccionario es reflejar cómo hablamos y hemos hablado los hispanoparlantes a lo largo de los años, no decidir cómo debemos hacerlo. Porque hay legos en la materia que no son conscientes de ese cambio.

Ha de permanecer en el diccionario porque hubo un tiempo en el que sí se usó

Es decir, puede que hoy, para expertos en enología y gastronomía, españoles del siglo XXI, no tenga sentido que siga ahí porque estamos al tanto de esa evolución, pero puede que alguien de fuera del mundo gastronómico, no lo esté. Puede que un sueco que está estudiando Filología Hispánica y lee textos del siglo XIX necesite comprobar el término caldo en el diccionario porque no le cuadra esa referencia con el vino. O puede que nuestros descendientes, dentro de 100 años cuando, esperemos, por fin hayamos desterrado del todo dicha referencia y ya nadie se acuerde de ella ni levante ampollas, necesiten entender qué quiere decir un artículo de los años noventa del siglo XX donde se alaban los caldos de La Rioja.

Del mismo modo que hoy, si nos encontramos un texto del siglo XVIII y vemos la palabra almóndiga, podemos consultar el diccionario para comprobar si es una errata o si realmente ese término que ahora nos sangra los ojos un día fue correcto. De hecho, hasta podemos comprobar su evolución en el diccionario: primera aparición, primera definición, cuándo pasó a usarse más el término albóndiga, etcétera.

En pocas palabras, la RAE no decide nada. No nos dice en qué sentido debemos usar las palabras. Como mucho, nos puede hacer recomendaciones y hasta eso está a merced del uso de los hablantes. Si en el diccionario hay una palabra o una acepción en relación con un término es porque nosotros lo usamos o lo hemos usado y, por lo tanto, es susceptible de ser consultado. Si nos paramos a pensar, el diccionario de la RAE, junto a otros recursos como el Tesoro Lexicográfico, son, en cierto modo, un compendio sociológico y antropológico. Navegando por ellos puede verse cómo han evolucionado nuestras palabras y, de rebote, nuestra sociedad. Muchos de los que hoy se rasgan las vestiduras cada vez que ven el término caldo en referencia al vino, hace un par de décadas lo usaron exactamente con el mismo sentido.

Ahora que queremos que el vino tenga una identidad propia y separada de la cocina, que no siempre dependa de un guiso para poderlo apreciar, nos molesta; pero hace unas décadas su dependencia era tal que se tomaban prestadas referencias gastronómicas para hablar de él y caldo no es el único caso: decimos que un vino es carnoso cuando tiene mucho cuerpo y mantecoso cuando resulta graso. Pero ni lleva carne, ni tampoco manteca.

Pedir a la RAE que elimine una palabra es pedirle algo que no puede hacer por la propia naturaleza del diccionario

Por lo tanto, pedir a la RAE que elimine una palabra o una referencia es pedirle algo que no puede hacer por la propia naturaleza del diccionario, no porque no quiera. No obstante, en lo que se refiere a la polémica de marras, sí hay algo que se le puede pedir a la Academia: que refleje en la entrada correspondiente ese desuso e, incluso, ese tono despectivo. Del mismo modo que si entramos en almóndiga vemos: «1. f. desus. albóndiga. U. c. vulg.», es decir: femenino, en desuso, utilizado como término vulgar; en la segunda entrada de caldo podrían poner algo similar. Eso sí reflejaría el habla actual. Y la sociedad actual. Y nuestra manera actual de entender el vino. Todo lo demás, sería engañarnos a nosotros mismos.

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