Llevo poco tiempo en el mundillo gastronómico. Menos de 4 años, para ser exactos. En este tiempo que llevo inmerso en esta hambrienta selva, he intentado informarme de muchas cosas que desconocía, para no parecer un imbécil, y también he procurado hacer muchas preguntas y dar pocas respuestas, para evitar que me pinten la cara, y sobre todo, para aprender.
Y debo reconocer que de todas las cosas sobre las que he leído en este tiempo, si algo me sorprendió por encima del resto, fue el constante uso de la palabra 'hedonismo'.
La RAE nos dice que el hedonismo es, en primer lugar, la “teoría que establece el placer como fin y fundamento de la vida”, y, en segundo lugar, la “actitud vital basada en la búsqueda del placer”. Y para rematar esta segunda acepción, Pérez-Reverte y sus secuaces nos proponen como ejemplo “un ambiente de lujo y hedonismo”. Fijaos bien: lujo y hedonismo.
Placer hedonista: gin-tonic de 20 euros con ginebra creada por monjes del Himalaya cuando descansan de hacer sal rosa de esa que hay que usar medio kilo para salar la comida.
Para el mundo gastronómico os aseguro que lujo y hedonismo son sinónimos. Solo tenéis que echar un vistazo por Google. Casi todo lo que lleva la etiqueta 'hedonista' supone dejarse una pasta. Escapada hedonista: cena en un restaurante estrella Michelin y habitación en hotel de 6 estrellas, que 5 son pocas. Placer hedonista: gin-tonic de 20 euros con ginebra creada por monjes del Himalaya cuando descansan de hacer sal rosa de esa que hay que usar medio kilo para salar la comida.
Esta vinculación de lujo y hedonismo ha hecho que cada vez que leo la maldita palabra me vengan a la mente personas estiradas mirándome por encima del hombro. No lo puedo evitar. Probablemente, sean prejuicios, lo reconozco, pero es que 'hedonismo' solo me lleva a expresiones vacías y rimbombantes, a cosas caras que no me puedo permitir. Y me imagino a la persona que lo usa diciéndolo por sílabas (“he-do-nis-mo”) mientras bebe champán con pepitas de oro. Con el significado tan bonito que tiene “la maldita” palabra.
Después de consultar varios libros sobre filosofía, acabé en la entrada 'hedonismo' de Wikipedia, una fuente fiable. Uno de los puntos que me llamó la atención fue el de “la paradoja del hedonismo”, que viene a decir que el hedonista, al intentar buscar siempre el máximo placer, acaba no encontrándolo, con la frustración que eso conlleva. Lo que vendría a ser una 'desesplaceración': la desesperación por querer buscar el placer todo el rato. Buscar tanto el placer que cuando lo sientas, no seas consciente de que lo estás sintiendo.
Imaginemos a un hedonista. Uno canónico. De estos que hacen una escapada a un paraje inhóspito en el que le sirven una cena de 20 pases y luego tienen una cama redonda con pétalos esperando en la habitación. Pero llega el domingo y el check-out (a las 11 de la mañana, por supuesto) no entiende de hedonismo, y toca volver a la realidad. Y el lunes a currar. Y después de un día duro en la oficina, rellenando informes y haciendo la pelota a los jefes para mantener el salario en la big four, toca volver al hogar.
El hedonista, ¿disfrutará de un kebab de resaca? ¿Será capaz de abrir una lata de atún, ponerle mayonesa de bote, meterla entre pan, y disfrutar como un cerdo en el fango?
Tras unos días fuera de casa, la nevera está casi vacía, pero allí le esperan una lata de cerveza y un fuet. Y ahí es cuando se produce la “paradoja del hedonista”. Para mí, ese momento, ese sonido al abrir la fría lata de cerveza (no pido ni botella, con lata voy sobrado) y tener en la otra mano un fuet, ese momento es de hedonismo puro, hedonismo a todo lo que da, pero, ¿lo es también para el hedonista canónico? ¿Encontrará placer en esos momentos de la vida cotidiana en los que el resto de los mortales lo encontramos? ¿Disfrutará de un kebab de resaca? ¿Será capaz de abrir una lata de atún, ponerle mayonesa de bote, meterla entre pan, y disfrutar como un cerdo en el fango?
Para evitar que esta paradoja se produzca, quizás debamos replantear el concepto de hedonismo y reivindicar esos placeres del día a día, esos placeres gastronómicos culpables, algunos inconfesables, como puro hedonismo. Quizás estemos a tiempo de cambiar, y cuando leamos la palabra 'hedonismo' en una revista gastronómica, también podamos imaginarnos a un filósofo de la antigua Grecia echando galletas en leche, haciendo un puré con ellas y comiéndose esa maravillosa argamasa a cucharadas.