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Opinión

Resistencia para salvaguardar el patrimonio cultural y natural en Menorca

COLUMNA | La defensa del patrimonio no se sostiene en los discursos, sino en las acciones: Menorca resiste los embates del turismo con la alianza de productores, artesanos y cocineros

3 minutos

Puerto de Fornells en Menorca / Mónica Ramírez

La historia del mundo está repleta de ejemplos en los que la fascinación por la belleza de un entorno ha acabado convirtiéndose en su mayor verdugo. Paisajes fértiles, lugares paradisíacos, cocinas autóctonas, productos genuinos, una rica biodiversidad o despensas extraordinarias son, muchas veces, amenazados por una vorágine turística que impulsa la aparición de grupos de inversión, comercios globalizados y una naturaleza industrializada.

Factores que desnudan de sentido y esencia el entorno, diluyen su autenticidad y convierten los paisajes en meros escenarios de selfie. La belleza y el territorio dejan de ser un bien común para transformarse en un objeto de consumo, en una mercancía más. Y, paradójicamente, todo aquello que lo hacía único, desaparece.

No obstante, no seamos pueriles. El problema no es el turismo en sí, sino la mirada de quien lo ejerce, en no respetar aquello que se toma prestado y que debe devolverse en el mismo estado en el que se tomó. La resistencia a estrategias que piensan más en las cifras que en el futuro es un trabajo que debe partir de los despachos y las trincheras, porque sin un horizonte claro, las cifras también pierden.

Pescadores, agricultores, ganaderos, artesanos y cocineros reman al unísono en un mar de aguas procelosas donde se baten la inversión, el negocio y el entorno.

Menorca es un buen ejemplo de esa resistencia. Pescadores, agricultores, ganaderos, artesanos y cocineros reman al unísono en un mar de aguas procelosas donde se baten la inversión, el negocio y el entorno. Salvaguardar el paisaje, en todas sus versiones y extensiones, se ha convertido en prioridad en una isla que busca no perder el norte. Existe una voluntad común para recuperar, preservar, respetar y proteger su patrimonio cultural. Seguramente, a tenor de lo ocurrido con sus vecinos.

De aquellas primeras vacas frisonas que se trajeron de Holanda para abastecer de leche a sus habitantes, ahora se busca recuperar una raza autóctona, la vaca roja. En el mundo vinícola, mientras las variedades francesas también arraigan en estas tierras, se experimenta con las antiguas locales, caló o moll.

En los aceites, aunque la arbequina no es propia, sí lo son los acebuches, con cuyo fruto se realizan mezclas para crear productos propios con etiqueta gourmet. Por su lado, los apicultores han conseguido que la población de melíferas no decrezca. Y la única salina de la isla, extrae y trata la sal con los recursos que ofrece la naturaleza, sin añadir ni forzar procesos, aunque los libros de contabilidad deseen apuntar números con más ceros.

A este círculo de productores, se anexan los artesanos que continúan apostando por las fórmulas tradicionales propias, junto con algunos cocineros que buscan, integran y fomentan los ingredientes y recetas de su entorno.

No deberíamos olvidar que el patrimonio cultural y natural no se preserva con discursos, sino con actitudes, leyes y acciones que lo respeten y lo protejan.

Sin embargo, no podemos ignorar que, en muchos de estos casos, la inversión para que este círculo sea factible, es extranjera. En una isla donde el capital necesario para evitar que masías y terrenos permanezcan abandonados no se concentra entre sus aguas, no han tenido más remedio que abrir fronteras. No obstante, la estrategia, por ahora, es algo distinta a la de otras zonas: han conseguido que sus inversores entiendan que para que la gallina siga poniendo huevos de oro, hay que cuidar a la gallina, no matarla, por lo que han mantenido el espíritu de esta isla infinita sin que se note que también habla varias lenguas. Un ejemplo de como integrar el turismo sin poner en peligro el patrimonio que tan atractiva la hace.

En tiempos donde la sostenibilidad resuena en todos los rincones, donde las protestas del campo y las tensiones del turismo ocupan titulares que nos recuerdan los límites del sistema, no deberíamos olvidar que el patrimonio cultural y natural no se preserva con discursos, sino con actitudes, leyes y acciones que lo respeten y lo protejan.