¿Por qué creemos que hay alimentos afrodisíacos? Un repaso histórico a la cocina del erotismo

Ostras, trufa, caviar, chocolate, canela, alcachofas… repasamos por qué a lo largo de la historia se han asociado ciertos alimentos al deseo y a los placeres carnales

Inés Butrón. Autora en Hule y Mantel

Escritora, periodista y profesora de Historia de la gastronomía

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'El nacimiento de Venus' del pintor renacentista Sandro Botticelli / Foto: Canva
'El nacimiento de Venus' del pintor renacentista Sandro Botticelli / Foto: Canva

Coincidiendo con San Valentín, una festividad cada vez más bendecida por el marketing como oportunidad para comerciar con el amor, hacemos un breve repaso por aquellos alimentos relacionados históricamente con el erotismo y la lujuria, un viaje por “lo prohibido” en la mesa, antesala de muchas alcobas.

Y es que, como bien dijo Ángel González Vera, en su discurso de entrada en la Academia Aragonesa de Gastronomía, la influencia de los afrodisíacos y el erotismo en la gastronomía, la relación entre gastronomía y erotismo es un vínculo ancestral, la sexualidad y la alimentación van de la mano, son actos esenciales para la conservación de la especie.

Pero, también los puntos de fuga por donde los hombres encuentran resquicios para la libertad y el placer, muchas veces acompañados de imaginarios sobre determinados alimentos exquisitos a los que se les atribuyen capacidades fisiológicas propicias al deseo o afrodisiacos.  

Ostres en la antiguedad grecoromana

Ostras y otros mariscos, históricamente relacionados con el poder afrodisíaco / Foto: Canva
Ostras y otros mariscos, históricamente relacionados con el poder afrodisíaco / Foto: Canva

Aunque en todas las culturas existan este tipo de creencias, desde el punto de vista científico no hay nada demostrado, pero ya sabemos que no hay mejor afrodisiaco que la imaginación de un amante. Palabra, por cierto, que deriva de Afrodita, la diosa griega del amor que los romanos adoptaron y adaptaron con el nombre de Venus, la deidad nacida de la espuma del mar,  representada por Boticelli en una concha de ostra, poniendo así el germen de una relación entre marisco y erotismo que aún perdura.

De hecho, tal y como bien recuerda el profesor Alfredo Buzzi, San Valentín, como tantas otras fiestas del calendario religioso, es una cristianización de las Lupercales romanas que se “celebraban entre el 13 y el 15 de febrero, para evitar los malos espíritus y purificar la ciudad, y para liberar a la salud y a la fertilidad”, un momento en que, como en los actuales Carnavales, los ciudadanos podían dejarse llevar por dos de los instintos más básicos, la gula y la lujuria, categorizados a posteriori como pecados capitales por la Iglesia Católica. 

En los banquetes de la Antigüedad grecoromana nunca faltaron las ostras, las almejas, las vieiras, los caracoles, los espárragos y las primeras alcachofas —la flor del cardo que luego mejorarían los agrónomos árabes llegados a la Península— con comino y miel, vinos generosos de Rodas o Alejandría, aromatizados con miel y canela o azafrán a las que se les atribuía poderes afrodisíacos, dátilesgranadas. Todo ello en una atmósfera lo más sensual posible perfumada de esencias y ambientada por músicos que enaltecían aún más los sentidos. 

La negación del cristianismo

Una granada entera y cuenco con sus semillas / Foto: Canva
Una granada entera y cuenco con sus semillas / Foto: Canva

La llegada del cristianismo supuso un drástico cambio en las costumbres morales. Se impuso el ascetismo, la negación de los placeres carnales como vía hacia la purificación y la virtud cristiana. Interminables ayunos y abstinencias afectaron a la mesa y a la alcoba, tal y como demuestra este texto del siglo VII dictaminado por el Emperador el emperador Carlomagno y recogido por González Vera:

Estaban prohibidas todo tipo de prácticas sexuales en las vigilias de fiestas de guardar, los jueves en memoria de la Última Cena, los viernes en recuerdo de la crucifixión de Cristo, los sábados en honor a la Virgen, y los domingos en conmemoración de la resurrección del Señor. Los tres días restantes de la semana eran aptos, siempre que no cayesen en Cuaresma. Igualmente quedaban excluidos los días en los que la mujer estuviese bajos los efectos de la menstruación, el embarazo o la menopausia. (…), dictó además leyes prohibiendo toda práctica sexual los lunes en homenaje a los santos difuntos, durante los cincuenta días siguientes a la Pascua y cuarenta antes de la Navidad.

(Nadie se explica cómo a su muerte contaba con veinte hijos legítimos y un sin número de reclamaciones de paternidad). 

Los placeres del vino (y la alcachofa)

Plato con alcachofas cocinadas, / Foto: Canva
Plato con alcachofas cocinadas / Foto: Canva

En el Al-Andalus medieval la poesía báquica —y a pesar de la leyes coránicas— recoge la línea que había truncado el derrumbe del imperio romano uniendo de nuevo erotismo y gastronomía, amor y vino. Los poetas describen en sus versos sensuales noches amenizadas por la música y el vino servido por esclavas y efebos. 

Placeres de Oriente que bien conocieron los cruzados medievales y de los cuales trajeron muestras en forma de especias de la India, dátiles, alcachofas y flores de azahar de cuya esencia se extrae uno de los aromas más embriagadores y sensuales. 

Con la llegada del Renacimiento italiano y la influencia de los Medicis la mesa recobra esplendor, elegancia y refinamiento. Catalina de Medicis es su mejor embajadora. Su gusto por los cítricos y las alcachofas deja absortos a los cortesanos franceses.

Una gastronomía, como dice González Vera, “galante y noble con platos, condimentos y alimentos que adquieren fama como afrodisíacos, muy convenientes para despertar el gusto por los deseos de una dama o caballero que busca desesperadamente satisfacer sus pasiones amorosas. Catalina de Medicis popularizó el uso del azafrán y la alcachofa como excitantes, alcanzando fama fuera de sus estados el pastel de crestas, higadillos y testículos de gallo”.

Chocolate en las cortes reales europeas

Trozos de tableta de chocolate y chocolate fundido / Foto: Canva
Trozos de tableta de chocolate y chocolate fundido / Foto: Canva

No menos galante y excitante fue la entrada del chocolate como bebida estimulante en las cortes reales europeas, una bebida que plantea una grave cuestión religiosa que resuelve el fraile Antonio Colmenero de Ledesma anunciando en su tratado que las damas podían seguir consumiéndolo en Cuaresma.

Ana de Austria, a su llegada a la corte francesa de Luís XIII, convierte a la religión del chocolate caliente especiado con chile —bien cargado de dopamina— a las lánguidas damas de su corte, alimento aún poco frecuente, raro, carísimo como el azúcar, la vainilla o la canela con la que se condimentaba y, por tanto, candidato perfecto para formar parte de la lista de alimentos afrodisíacos. 

A las puertas de la Revolución Francesa, un amante como Giacomo Casanova, llevaba siempre con él unas onzas de cacao y a su propio maestro chocolatero, por si se terciaba la ocasión. En su azarosa vida narrada por Marina Pino en el libro Un feroz Apetito se describen cenas improvisadas y banquetes de ostras, trufas, jerez y champagne, comensales y mesas donde se unen el erotismo, la buena comida y la mejor conversación, como la que ocurre en Ancona donde Casanova y el castrato Bellino escribirán el más completo tratado sobre la ambigüedad de los deseos amorosos.  

La trufa y el caviar, un lujo sensual

Trufa negra
Trufa negra entera y laminada / Foto: Canva

La trufa encuentra su momento de esplendor en la alta cocina francesa de los siglos XVIII y XIX, trufas del Périgord o del Piamonte, las mismas que siglos más tarde el mismísimo Mussolini prohibió transportar en tren por el intenso y sensual aroma que emitían. Es tanta la literatura sobre la trufa entre los gastrónomos de estos siglos que solo con los fragmentos escritos por Savarín y Alejandro Dumas podemos hacernos una idea de la veneración por este extraño hongo subterráneo

El que dice trufa, pronuncia una gran palabra, que evoca recuerdos libidinosos y gastronómicos en el sexo que gasta faldas, y memorias gastronómicas y también libidinosas en el sexo barbudo. Proviene semejante honorífica duplicación de que este tubérculo eminente está reputado por delicioso para el paladar y, además, porque se piensa que eleva la fuerza de una potencia de cuyo ejercicio son dulcísimos placeres, compañeros inseparables.

Trufas y foie, esturiones y champagne se sirvieron en el Festín de las Mil y una Noches en 1856 con motivo del Tratado de París y la recién alcanzada paz con Rusia, país que llevaría al mundo tras la Revolución de 1917 que provocó el exilio a miles de aristócratas, otro de los alimentos más valorados por los gourmets y amantes con posibles: el caviar

Durante los años 20, el caviar se convierte en símbolo absoluto del lujo y las celebraciones. Nada más lujurioso que comer caviar directamente de la mano de una dama recogiéndolo con la lengua y dejando que se funda en el paladar. 

Ciertamente, la leyenda sobrevuela el mundo del erotismo y la cocina. Tan solo son cuentos…. Pero a los hombres, después de comer, lo que más nos gusta es que nos cuenten cuentos.

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