Contra la copia: deseos para el nuevo año gastronómico

COLUMNA | Demasiados estímulos, demasiadas convocatorias, demasiadas noticias... he llegado a diciembre agotada y más pobre que nunca en lo emocional

Sarah Serrano

Historiadora y comunicadora gastronómica

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Plato en un restaurante con estrella Michelin / Canva / Contra la copia: deseos para el nuevo año gastronómico
Plato en un restaurante con estrella Michelin / Canva / Contra la copia: deseos para el nuevo año gastronómico

Tengo temas pendientes por escribir que se me acumulan porque, en realidad, lo que quiero decir es esto. Que estoy cansada de dinámicas que veo abusivas, aburridas y extenuantes. Y hay un punto en el que el cansancio muta hacia el enfado. Así que sí, también estoy cabreada. Por eso he decidido adelantar mi lista de deseos para el año venidero

Al año nuevo le pido frescura y originalidad en las redes. Algo, lo que se pueda. Estoy saturada de ver copys —ese pequeño texto que acompaña las fotos en Instagram—  escritos con ChatGPT. Agotada de leer una y otra vez que en tal restaurante cada plato, vino o ingrediente “cuenta una historia”, que la sala “respira calma”, que “se  trabaja respetando el producto”, o cualquiera de estas frases manidas, a menudo fraccionadas en tríadas tipo: “calma, gesto y producto”, que delatan el uso de la inteligencia artificial.

Entiendo que hay personas que habrán visto en el uso de la IA una manera de ahorrarse lo que vale el trabajo profesional, pero no alcanzo en entender cómo no se dan cuenta de que las cuentas a las que siguen utilizan, palabra por palabra, las mismas frases. Porque si esto va de fidelizar al público, habría que intentar ofrecer algo genuino. Los textos vacíos no generan vínculo. No aportan absolutamente nada.

Agotada de leer una y otra vez que en tal restaurante cada plato, vino o ingrediente “cuenta una historia”, frases manidas que delatan el uso de la inteligencia artificial.

También le pido a los Reyes Magos que terminen con la copia en lo que se pone sobre los platos. Me causa una mezcla de pena y desidia que no importe que los platos y las presentaciones se clonen ad infinitum y no pase nada.

Llevo, desde hace algunos meses, recopilando fotos de platos de restaurantes a los que se presupone cierto nivel, que están en esa línea de lo que se denomina alta cocina. Empecé a hacerlo por un postre cuyo emplatado se repite una y otra y otra vez. Todos lo vemos, es imposible no darse cuenta. Pero nadie dice nada.

Leía a Jorge Guitián hace no mucho que por su trabajo le cuesta más perdonar las copias, pero que dependiendo de qué tipo de restaurante entendía qué le había llevado a hacerlo. Creo que Jorge tenía razón en parte, y que hay restaurantes sin mayores aspiraciones que encuentran en la copia la manera de destacar sobre su segmento. Pero es algo que no puedo tolerar en otro tipo de restauración. No entiendo que alguien que defienda una cocina de autor utilice estos mecanismos. No puedo más con esa quenelle de helado que se decora con sirope/miel/dulce de leche o lo que sea, en forma de zigzag ondulante. No. Puedo. Más 

Es ahí cuando pienso que no es que el menú degustación haya muerto: es que son este tipo de prácticas las que están matando el interés. No quiero comer lo mismo en todas partes. No quiero que la cocina, igual que los centros de las ciudades o los aeropuertos, se convierta en un “no lugar”. Mucho menos cuando el desembolso que hay que hacer para probar estas copias es considerable. Y, por supuesto, no quiero encontrarme la foto de esa misma elaboración acompañada de un texto que asegure que detrás de ese plato “hay una historia”. Porque esa historia ya me la sé.

No quiero comer lo mismo en todas partes. No quiero que la cocina, igual que los centros de las ciudades o los aeropuertos, se convierta en un 'no lugar'.

Soy plenamente consciente de que quizá esto solo lo percibimos unos pocos y que al grueso de la población no le preocupa lo más mínimo. Pero no puedo entender que los que participamos de este sistema —cada vez más operativo a golpe de billete y favores— no alcemos la voz. No entiendo que las empresas de branding y comunicación puedan trabajar con dos o tres clientes que sirven el mismo maldito plato y nadie les recomiende cambiarlo para evitar la copia y ahorrarse la posibilidad de ser acusados de imitadores. No entiendo que los periodistas, que tenemos el privilegio de visitar muchísimos restaurantes y se nos presupone un criterio formado, seamos incapaces de señalar que eso ya nos lo hemos comido diez veces en los últimos meses.

¿Dónde ha quedado el homenaje? No pasa nada por decir que un plato tiene una genealogía. Pienso en la gargouillou de Michel Bras que Javier Olleros sirve acordándose del francés. De hecho, resulta mucho más cercano y emotivo reconocer que alguien, en algún momento, juntó unos ingredientes cuyo resultado fue magnífico. Claro que, para eso, hay que tener humildad

Entre todos estamos alimentando un futuro homogéneo y aburrido. Porque, en realidad, no tendría nada de malo aconsejar a quienes están cayendo en el vicio de la copia, que dejen de hacerlo, que le den una vuelta y que busquen alternativas, a ser posible fuera de Instagram y Gronda.

Estamos alimentando un futuro homogéneo y aburrido. No tendría nada de malo aconsejar a quienes están cayendo en el vicio de la copia, que dejen de hacerlo.

Robert Ruiz, una de las personas con más conocimiento sobre fermentación que conozco —y una de las que menos foco reciben—, contaba en alguna ocasión que evitaba seguir en redes a gente que se dedica a lo mismo que él porque sabe que, de manera inconsciente, podría inspirarse demasiado y acabar copiando sin querer. De hecho, él ha vivido en sus carnes el plagio sin maquillaje de algunas de sus creaciones más locas. Pero ese es otro tema.

Hubo un momento, no hace tanto, en el que la gente se vestía diferente, escuchaba música diferente y tenía intereses diferentes. Miremos a nuestro alrededor. La cosa no pinta bien. Pasamos el día enganchados a algoritmos, atrapados en un sistema binario que solo nos muestra dos opciones: el parecido —el afín— y el otro —el enemigo—. En la variedad está el gusto, ya lo dice el refrán. Quizás lo único que le pido al año que viene sea el regreso de la pluralidad y que, de vez en cuando, algo vuelva a sorprender.

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