En 1910, una joven llamada Inés Rosales comenzó un negocio de venta de tortas de aceite artesanas, que elaboraba a mano, una a una. Hoy, 115 años después, la empresa que lleva el nombre de aquella joven factura 19 millones al año y vende a 35 países, pero sigue haciendo las tortas igual: a mano, y una a una.
El sueño de aquella mujer comenzó en la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta, y hoy día sigue a 30 kilómetros, en Huévar del Aljarafe, donde el empresario chiclanero Juan Moreno levantó la actual fábrica en 1991, seis años después de adquirir la empresa para reflotarla.
Con todo, una de las cosas que más llaman la atención al visitar la factoría es que, a pesar de que la maquinaria ha llegado a muchos puntos de la producción, las tortas se siguen haciendo a mano, una a una, gracias al trabajo artesano de las trabajadoras y a una coreografía perfecta que se repite de lunes a viernes cada semana.
Mismo proceso, mismos ingredientes: la receta para sobrevivir
Ana Moreno es la directora de Comunicación, Relaciones Institucionales y Sostenibilidad, que mantiene su trabajo directivo como el de una empresa familiar, a pesar de los números que maneja. Afirma que su único secreto es "respetar los ingredientes, la artesanía y el proceso, que hace que cada torta sea única".
De hecho, en la zona en donde trabajan las mujeres que dan forma a la torta final se aprecia esa forma de trabajar que sobrevive al paso del tiempo, esperando en una cinta transportadora la bola de masa que se convierte en una torta gracias a sus manos, por lo que ninguna tiene la misma forma que la otra.
Pero, con todo, no ha sido un camino fácil. Cuando el padre de Ana se hizo cargo de la empresa “el reto era que no desapareciera, porque el producto se estaba elaborando con un proceso muy alejado de lo que era el original, y eso hacía que estuviera perdiendo clientes”.
“Descubrimos que lo que se estaba comercializando no era una legítima y acreditada torta, la que mi padre conocía como consumidor y fan desde pequeño”, de modo que se lanzó “a la aventura” de gestionar la nueva vida de Inés Rosales, “sin un plan estratégico y sin marcarse unos hitos, simplemente para rescatarla y porque tenía que sobrevivir esta marca”.
Un homenaje continuo a la creadora

Ana Moreno y su equipo, aunque gestionan una empresa, se toman el día a día como un continuo homenaje a la creadora de la marca. Inés Rosales falleció prematuramente en 1934, a la edad de 42 años. Aquella joven había logrado un éxito impensable para una mujer empresaria en los albores del siglo XX, y tras su muerte inesperada se hizo cargo de la empresa un familiar conocido como ‘el Tito’, el encargado de tomar las riendas de la empresa y afrontar una de sus épocas más duras, hasta que lo relevó el hijo de Inés.
Inés consiguió algo impensable para una mujer de la época. Con la ayuda de otras mujeres de Castilleja vendía sus tortas una a una en el cruce de caminos de La Pañoleta, en la vecina Camas, y en la antigua estación de trenes de Sevilla, transportándolas en canastos de mimbre. Desde estos dos puntos estratégicos los viajeros se las llevan a sus lugares de destino y se les iba a haciendo así publicidad por todo el territorio nacional.
Su legado cambio de sitio en 1991, cuando la actual gerencia de la empresa se mudó a sus instalaciones de Huévar del Aljarafe, una fábrica de más de una hectárea de extensión donde, entre otras cosas, se puede ver “el 30”, el teléfono que tenía la empresa hace más de un siglo, el que recibió los primeros pedidos de sus tortas artesanas.
Inés Rosales cerró 2024 dando empleo a 145 personas, un 4% más respecto al año anterior, y comercializa sus productos en más de 35 países, con España como el principal país en el que vende, con una cuota de mercado del 80%. En este 2025 espera aumentar el volumen de exportaciones, después de vender un total de 11 millones de unidades de tortas de aceite y 450.000 kilos de otras variedades de sus productos, y todo “siempre como una empresa familiar”, apostilla Ana Moreno.
Las mujeres, el alma de la compañía, terminan su jornada el viernes y descansan hasta el lunes por muchos pedidos que tengan en la oficina, manteniendo así el espíritu de aquella joven de 18 años que decidió que una joven de su edad podía hacer historia desde una empresa sin que ningún hombre dirigiese su destino.