Zapallitos, ayotes, calabacines o calabacitas… Estas hortalizas llegadas de Mesoamérica en el siglo XVI fascinaron a los europeos que ya conocían por aquel entonces a sus parientes de huerto: el pepino y el melón. El primero ya se consumía en la Grecia y la Roma clásica y el segundo se extendió por el Viejo Mundo tras la llegada de los árabes a la Península Ibérica.
Las tres jugosas cucurbitáceas presiden las mesas estivales de todo el país, entre otras virtudes, por su gran contenido en agua, el elemento imprescindible para evitar la deshidratación en estos veranos de calor asfixiante. Todo son ventajas nutricionales en estos frutos que se arrastran por el suelo de las huertas del verano como las salamanquesas buscando la sombra. Pero tan solo el calabacín pasa la prueba del fuego con nota, por eso hay que sacarle todo el partido gastronómico de la flor al fruto.
De la flor al calabacín: cómo comerlos
Del amarillo al verde más intenso, este pequeño tesoro que se retuerce por la tierra fresquita y húmeda en las tardes de riego y mosquitos es una de las hortalizas más esperadas por los chefs y cocinillas mundiales que ven en la esplendorosa flor amarilla un capullo abierto a miles de rellenos deliciosos y obscenos.
Delicada y efímera, como todas las cosas verdaderamente bellas, la flor del calabacín es la antesala de un fruto tierno, jugoso,de interior blanquecino o amarillento, de piel fina, cargada de fibra y vitaminas A y C, como los tomates y los pimientos en plena canícula estival.
Por eso puede formar parte de los pistos, fritadas, ratatouilles provenzales o tumbets mallorquines, combinaciones con leves variantes de una elaboración en la que básicamente consiste en asar y/o freír todo el arsenal de hortalizas hasta conseguir conjuntos armoniosos que pueden comerse como entrante por sí solo o acompañados de huevos, pescados o embutidos. Un bonito con pisto en pleno agosto es una delicia insuperable.
En tortilla alegran y hacen más jugoso el resultado sin necesidad de dejarlas excesivamente babosas, al alcance de cualquier voraz salmonela. Basta añadir a la clásica tortilla de patata y cebolla un calabacín a rodajas —hay que secarlas con un paño de cocina antes de freírlas— y hacerla del mismo modo. A nosotros nos encanta añadir unos pedacitos de algún queso tierno en los huevos batidos para darle alegría y untuosidad. Si además hemos preparado una buena base de salsa de tomate, el resultado es espectacular.
Añadir calabacín frito a una tarta salada o quiche es muy fácil y mucho más veraniego que la clásica mezcla de panceta y queso de la tradicional quiche lorraine. Basta una masa de hojaldre ya preparada, tres huevos y un poco de nata líquida para crear tremendas cenas de verano con todo tipo de vegetales.
Ideas para incorporar calabacín a tus menús
Cuando los calabacines son redondos es inevitable pensar en los rellenos que se rematan gratinados al horno con salsa de tomate o con bechamel. Aquí podríamos hablar de rellenos clásicos a base de carne picada y salsa de tomate, de arroces previamente cocidos mezclados con verduras salteadas y atún en conserva, de quinoa y champiñones, etc.
Pero, si quieres sorprender a los fans del inamovible lomo y las frituras “de toda la vida”, prueba a hacer unos libritos con rodajas de calabacín. No hace falta que sean muy finas ni que tengáis mandolina para cortarlas. Con un cuchillo basta, pero deben estar bien secas. Después las rellenas a la manera clásica —jamón y queso—, o con lo que quieras y te apetezca, lo rebozas como siempre en huevo batido y pan rallado —también puede ser harina— y los fríes.
Para los que no quieran ni ver las freidoras en verano, pruébalo en crudo. Con un clásico pelador confecciona tiritas monas y elegantes de calabacín que puedes unir a otras cosas que tengas por la nevera como rabanitos, zanahorias, apio, cherrys, etc. Para hacer los clásicos espaguetis de calabacín sí que deberás contar con el trasto de hacer espirales —yo ya lo tiré—, pero hay que reconocer que tiene su gracia. Eso sí, con una cocción máxima de dos minutos en agua salada y servidos inmediatamente porque de lo contrario el agua que contienen te arruinan el plato.
Las cremas son una elaboración de lo más socorrida. Con unas patatas, un puerro, un calabacín y el topping que te apetezca —hierbas aromáticas, quesos, jamón picadito, pedacitos de pan frito, nueces, avellanas tostadas— tienes una cena perfecta, fría o caliente, según la temporada.
Pero, como siempre ocurre en cocina, para cogerle el tranquillo a un producto lo mejor es empezar por los platos más sencillos, los que simplemente se hace con tres o cuatro ingredientes fáciles de conseguir. Y por eso te proponemos este zarangollo murciano que no es otra cosa que un revuelto de calabacín y cebolla que nosotros hemos presentado sobre unos deliciosos crespillos cartagineses con un toque de pimentón, a modo de aperitivo o entrante para una cena de verano que sepa a huerta.
Receta de zarangollo murciano
Ingredientes
- 1 calabacín grande, de unos 200 gramos
- 1 cebolla
- 4 huevos
- Aceite de oliva virgen extra
- Sal
- Pimienta
Elaboración
Lava bien el calabacín y córtalo en trocitos pequeños. No es necesario quitarle la piel. Deja los trocitos de calabacín escurriendo en un colador hasta el momento de añadirlos a la sartén.
Corta la cebolla en brunoise (trocitos pequeños y regulares). Pon en una sartén el aceite y rehoga la cebolla muy suavemente con una pizca de sal.
Añade los calabacines cuando la cebolla esté blanda y transparente.
Una vez hechos a tu gusto, añade los huevos —no es necesario batirlos— y dale unas cuantas vueltas al conjunto con una cuchara de palo hasta que todo se integre sin cocer en exceso. Sirve inmediatamente.