Un dulce recurrente en muchos hogares durante estas fiestas es el tronco de Navidad, también llamado bûche de Noel en su versión francesa, o yule log, en la germana y escandinava. Se trata de un bizcocho enrollado relleno de nata, trufa o incluso una crema de turrón o de queso que se decora normalmente simulando la corteza de un árbol. Su historia esconde mucho más que la se podría presuponer en un simple postre navideño.
El 'yule log' vikingo, origen del tronco de Navidad
La insistencia en simular este elemento natural nos da una pista sobre su origen. Para descubrirlo nos hemos de centrar en el nombre yule log. Aunque actualmente se traduce como “tronco de Navidad”, su traducción literal es “el tronco del Yule”. Yule era una festividad pagana, celebrada por los vikingos y los habitantes de otros países escandinavos para celebrar la llegada del solsticio de invierno.
Esta celebración coincidía además con el final de la temporada agrícola. En este sentido, no es muy diferente a las Saturnalia romanas ni a las Parentalia, las celebraciones de que os hablábamos en este artículo sobre la ofrenda a los muertos. Tanto en el Yule como en las Parentalia se celebraban banquetes regados con vino y se ofrecían sacrificios a los dioses. En el caso de los romanos, se sacrificaban animales; en el de los vikingos, la ofrenda cambia. En ambas, el vino y los dioses tenían un papel primordial.
Durante las festividades vikingas, celebradas normalmente en el bosque, se quemaba un tronco, el yule log. Este tronco era ungido previamente con vino y su humo ascendente era ofrecido a los dioses Thor —el protector de la familia— y Freyr —de los campos— para solicitar su favor. Además, las cenizas resultantes se guardaban para añadirlas al fuego en el próximo Yule y/o se esparcían sobre los campos para favorecer su fertilidad.
Otros mitos vikingos precursores de la Navidad
La festividad del Yule duraba 12 días y concluía el día equivalente a nuestro 21 de diciembre, el momento en que el solsticio de invierno traía una luz renovadora a la naturaleza. Es por esto que la cremación del tronco simbolizaba la evaporación de las calamidades del año saliente y la invocación de la fortuna para el año siguiente.

El ritual del yule log convivía con otras prácticas que recuerdan a nuestros rituales navideños: se adornaban las casas con muérdago y otras plantas perennes, las gentes recorrían los pueblos bebiendo y cantando canciones y también se decoraba un abeto con velas y frutas —el antecedente de nuestro árbol de Navidad—.
Además, según la mitología vikinga, el dios Odín, montado en su caballo Sleipnir, entregaba regalos a los niños. Este mito inspiró la leyenda cristiana de San Nicolás —que muchos identifican como el origen del mito de Santa Claus—, quien originalmente entregaba los regalos a lomos de un caballo blanco.
Nuestro particular descendiente del 'yule log'
Con el tiempo, la tradición del yule log fue evolucionando de la cremación del tronco al aire libre a un ritual más dentro de las casas que disponían de chimenea. De hecho, a partir del siglo XII, existía un impuesto que obligaba a los campesinos a entregar un gran tronco a los señores feudales para quemarlo en la chimenea al comienzo del invierno.

Si seguimos el rastro de esta tradición, llegamos a un personaje típico de la Navidad catalana, el tió de Nadal, un tronco mágico que los niños alimentan los días previos a Navidad y que luego golpean con un palo para conseguir los regalos que excreta en Nochebuena. Seguimos teniendo un tronco que se ha de “alimentar” —los vikingos lo hacían con vino— y que tiene un papel protagonista durante las festividades navideñas. La diferencia más significativa es que el tió no se quema, sino que se guarda de un año a otro.
Fuera de Cataluña, en Aragón y otras zonas del norte de España, existe otro ritual mucho más parecido al yule log, donde el tronco también se riega con vino y se quema. Se trata de la tradición de la 'toza' o 'tronca' o el 'ritual del tizón'. La toza es el tronco más grueso y aparente de la leñera, muchas veces hueco por dentro, que se guarda desde la primavera hasta diciembre con el objetivo de quemarlo para renovar la energía positiva del hogar.
En este caso, el ritual está claramente cristianizado: recitando una oración, el más joven o el mayor de la familia han de golpear el tronco para que caigan los regalos que se esconden entre sus huecos. Acabado el ritual, el tronco, previamente mojado en vino, se arroja al fuego, donde ha de arder hasta el día de Reyes.
El tronco se hace pastel
A menudo la tradición deja su huella en la gastronomía, a veces incluso hasta el punto de que la segunda es un reflejo de la primera. Con el paso de los siglos, debido a la cada vez más frecuente falta de chimeneas en las casas, el yule log se tuvo que adaptar.
Del ritual de quemar un tronco durante las celebraciones vikingas del solsticio de invierno, ha quedado un pastel famoso alrededor del mundo y que recibe diversos nombres: bûche de Noël en Francia, yule log en Alemania y los países nórdicos, y tronco de Navidad en nuestro país.

Sobre el origen de la adaptación, se cree que se llevó a cabo en el siglo XIX de mano de los maestros pasteleros franceses. Como en tantas otras recetas, resulta casi imposible atribuir la creación de este dulce a una sola persona, aunque hay varias propuestas.
Por ejemplo, según explica Eva Martínez, editora del blog Bake Street, ya aparece un tronco —en este caso de mazapán y helado— en el libro Mémorial de la pâtisserie et des glaces, publicado por Pierre Lacam en 1898. Otras voces apuntan al pastelero Bonnat de Lyon, en 1860, o a un pastelero sin nombre del barrio parisino de Saint-Germain.
En cualquier caso, gracias a esta adaptación pastelera aún podemos escenificar, a nuestra manera, una tradición milenaria. Del tronco original que se quemaba en el bosque, decorado con hojas de abeto, nos queda un pastel que se decora con hojas de mazapán y virutas de chocolate que simulan la corteza del yule log, aquel tronco vikingo que se quemaba como excusa para celebrar la vida y la naturaleza.

