Decir Papa Luna es hablar de historia, intrigas medievales y de la icónica silueta del castillo de Peñíscola, donde Benedicto XIII pasó sus últimos años. No es de extrañar que muchos identifiquen cualquier producto vinculado a su nombre con la ciudad castellonense, icono, al fin y al cabo, de este díscolo religioso. Sin embargo, en el terreno gastronómico la realidad es otra: las famosas garrofetes del Papa Luna o garrofetes del Papa a secas no son de Peñíscola, sino de Tortosa, concretamente de la pedanía de Bítem.
El error se ha perpetuado durante años porque la figura del pontífice quedó inseparablemente unida a Peñíscola. Pero la tradición repostera sitúa el origen de este dulce en el Baix Ebre (Cataluña), donde un vecino de Bítem halló la fórmula que lo haría posible. El relato tiene algo de anecdótico y medicinal: un médico aconsejó al Papa consumir un alimento concentrado a base de harina, huevo y azúcar para calmar los constantes dolores de estómago que sufría. Fue un vecino ingenioso quien transformó esos ingredientes simples en unas piezas horneadas que terminaron conocidas como garrofetes.
Las 'garrofetes', pequeñas pastas huecas
La receta se consolidó en el siglo XV y apenas ha variado desde entonces. Las garrofetes son pequeñas pastas secas, de color amarillento, con forma de algarroba. Lo más curioso es que son huecas por dentro, lo que les da una sorprendente ligereza.
El procedimiento tradicional consiste en batir huevos con azúcar, añadir poco a poco la harina y la leche, y colocar pequeñas porciones de masa sobre una bandeja. Con un gesto manual se les da forma alargada y, tras el horneado, el calor vacía el interior, dejando unas pastas crujientes y ligeras, con un regusto aromático y textura ligeramente harinosa.
El nombre tampoco es casual. Su forma recuerda a la algarroba, fruto muy común en la zona mediterránea, y la tradición oral las vinculó al Papa Luna como una muestra de ingenio local y de cuidado hacia la salud del pontífice. De hecho, se decía que aquel invento contribuyó a prolongar su vida, uniendo de manera simbólica las garrofetes con la longevidad papal.
Tortosa reivindica su origen
Hoy, el dulce se mantiene fiel a la receta original y forma parte del repertorio repostero del Baix Ebre. Se elabora principalmente en pastelerías de Tortosa y Roquetes, y aunque es un producto muy ligado a la comarca, cada vez más visitantes lo descubren gracias a las iniciativas de promoción de la gastronomía local. Suelen comprarse para celebraciones, fines de semana en familia o como recuerdo de un viaje, convirtiéndose en una seña de identidad que trasciende lo puramente culinario.
El consumo de garrofetes está íntimamente ligado a la tradición festiva. Aparecen en mesas de celebraciones populares, en reuniones familiares y en cualquier ocasión en la que se busca un detalle dulce distinto a los habituales. Su ligereza las hace perfectas para acompañar café, vino dulce o licores de sobremesa, y su sencillez las convierte en un bocado tan cotidiano como sorprendente para quienes las prueban por primera vez.
La paradoja es que, mientras el castillo de Peñíscola recibe miles de turistas cada año atraídos por la leyenda del Papa Luna, pocos saben que su herencia más dulce se esconde a orillas del Ebro. La confusión, de hecho, se ha convertido en parte del relato: muchos creen que las garrofetes son peñiscolanas, cuando en realidad Tortosa —las puedes encontrar en pastelerías como Peralta Pastissers o tiendas como Conficon— reivindica con orgullo su paternidad repostera.
El Baix Ebre mantiene así viva una tradición que combina historia, medicina popular y gastronomía. Las garrofetes no son solo un dulce; son también un testimonio de cómo una anécdota del siglo XV puede perdurar hasta hoy, transmitida de generación en generación y convertida en producto de identidad local.