Hay algunos destinos que te lo ponen muy fácil. Lugares en los que todo el mundo tiene claro lo que hay que hacer. Logroño podría ser uno de ellos: hay que dar un paseo por el casco viejo, asomarse a la Concatedral y disfrutar de los vinos de la tierra y las tapas de la calle Laurel.
¿Y no hay más? Pues depende, como siempre. Si uno quiere profundizar, está claro que en dos días no te acabas Logroño. Si prefieres ir en plan ameba, puedes sumarte a los que van a la capital mundial de las despedidas de soltero y pasarte las cuarenta y ocho horas en la calle Laurel y aledaños.
Aquí buscaremos un término medio. Empezaremos con un poco de cultura, disfrutaremos del vino con algo más de profundidad, no es necesaria una cata en plan experto, pero si quedarnos con cuatro nociones. Y, finalmente, nos entretendremos con los productos de la tierra, que no todo es vino en La Rioja.
Primero, una visita cultural
Me encanta la frase que más se repite en la Concatedral de Logroño: “Es muy pequeño”. En una capilla lateral se expone, protegido tras un cristal, un óleo sobre tabla de un Cristo crucificado atribuido a Miguel Ángel. Y sí, realmente es muy pequeño. Pero que eso sea lo que define la obra de uno de los grandes de la historia del arte no deja de ser, cuanto menos, gracioso.
La visita a Santa María de la Redonda formará parte de un paseo matinal por el casco antiguo de la ciudad, que debe incluir alguna que otra parada: frente a la Puerta del Revellín, la única que se conserva de la antigua muralla, construida en el siglo XVI, situada junto al Cubo del Revellín, una fortificación defensiva levantada tras el sitio de 1521, cuando Logroño resistió a las tropas francesas.
Pararemos también en el Colegio Oficial de Arquitectos de La Rioja, donde se conservan unos antiguos calados subterráneos, es decir, depósitos excavados en la roca que formaban parte del entramado vinícola histórico del casco antiguo; y en el graffiti del peregrino, una de las muestras más singulares de arte urbano logroñés, un mural creado por los artistas Carlos Corres y Carlos López en el año 2003, que representa a un peregrino del Camino de Santiago acompañado por los sellos que ha ido recopilando durante su viaje. Como curiosidad, entre ellos hay un sello de Darth Vader. Completaremos el paseo en la Iglesia de Santiago el Real, uno de los templos más antiguos de la ciudad, cuya plaza es famosa por albergar un Juego de la Oca enorme.
Una bodega en la ciudad
Cruzaremos el Puente de Hierro y, sin necesidad de coger el coche, en cinco minutos estaremos en las Bodegas Franco-Españolas. En pleno centro de Logroño, podremos descubrir la historia del vino de Rioja recorriendo las salas de tinos, barricas y el botellero antiguo, que guardan más de 130 años de tradición. Allí, se puede hacer una simple visita guiada que termina con una cata de dos referencias emblemáticas, Diamante y Bordón, acompañadas de un aperitivo.

Llevo escuchando toda la vida que el mundo del vino debe hacer un discurso menos snob, más joven, para atraer a nuevos consumidores. Parece que ya es una realidad y eso que llaman “momentos de consumo” se está acercando a un público más diverso asociado a la cultura, la música, el arte y la informalidad en general. Es buena noticia.
Me gustó especialmente que la cata se adapte al público, si quieres algo más superficial porque estás con amigos, perfecto. Si prefieres una cata dirigida con grandes vinos, puedes profundizar tanto como quieras. De todas las opciones, me quedo con la que ofrecen los fines de semana, después de la visita y la cata, puedes disfrutar de un menú riojano.

Tras un par de aperitivos, nos esperan dos clásicos, las patatas a la riojana, acompañadas de tres versiones de pimientos: encurtidos, asados y las míticas alegrías riojanas, picantes como ellas solas. Y, luego, un plato fundamental, ligado al vino dado que se prepara con las brasas de los sarmientos, la poda de la viña, las populares chuletillas de cordero.
Para escribir este artículo, evidentemente estuve unos días en Logroño. Mi base de operaciones fue el Hotel Áurea Palacio de Correos, el único cinco estrellas de la ciudad, situado en el antiguo edificio de Correos. Inaugurado en diciembre de 2021, el hotel conserva la esencia del edificio original, combinándola con un diseño contemporáneo obra del arquitecto Daniel Isern. Estando en pleno centro, te permite recuperar fuerzas en cualquier momento, así que después de las chuletillas, siesta.
Peregrinaje a la calle Laurel
Y ahora sí, con fuerzas renovadas, ¡a los bares! Hace unos años, os hubiera dicho que, si me perdía, me podíais buscar en el 'húmedo' de León, tal vez en 'el tubo' de Zaragoza, quizás en la calle Navas de Granada o en la Van Dyck de Salamanca y, como no, en la calle Laurel de Logroño.

Pero el mundo ha cambiado mucho, la gente está saliendo a los bares como si les fuera la vida en ello, pero a mi, la masa, como que no. Así que es mejor que me busquéis en algún bar concreto, igual en Casa Blas en León, en el Cervino en Zaragoza, en Bodegas Castañeda en Granada, en La Viga en Salamanca y, en Logroño, como os podéis imaginar, hay mucho donde elegir, pero unas chuletillas al sarmiento en la Enoteca Crixto 14 pues son un plan.
En todo caso, el peregrinaje a la Laurel hay que hacerlo. Entre semana, en temporada baja, es el paraíso de los bares de tapas. Haría tres paradas como mínimo. Es imprescindible el famoso 'champi' del Bar Soriano, también el bocadillo de oreja picante del bar El Perchas y el crujiente de careta de La Tavina.

Hay mucho más, se puede improvisar sin problemas. Echar un vistazo desde fuera, mirar lo que se sirve en las mesas y elegir lo que pida el cuerpo. La llamada 'senda de los elefantes' (sales trompa) es un lugar único. Dicen que el público local, cuando el centro está muy masificado, se desplazan al 'Laurel pobre', así llaman a los bares en torno a la calle María Teresa Gil de Gárate. Una opción a tener en cuenta.
Productos de La Rioja
Al día siguiente no hace falta madrugar. Daremos un breve paseo por el Mercado de San Blas y compraremos un chorizo o unos pimientos si es temporada antes de, ahora sí, coger el coche para conocer un poco más lo que ofrece La Rioja. Como comentaba, no todo es vino. De hecho, poca gente sabe que el champiñón es otro de los grandes tesoros de la región, segundo producto agrícola tras la vid, con una facturación anual de más de 250 millones, casi nada.

Su cultivo está también ligado al vino, ya que se inició en las cuevas que dejaron de usarse para almacenar barricas, donde las condiciones resultaron ser perfectas para este cultivo tan particular. Y existe el fungiturismo. En el Centro de Interpretación de Pradejón organizan visitas al cultivo, a las antiguas bodegas e incluye una cata en crudo de champiñón.
Si somos carnívoros, podemos acercarnos a un secadero de jamones. Los sábados, en Baños de Río Tobía, se puede hacer un tour en Martínez Somalo, una empresa familiar fundada en 1901. La visita permite recorrer sus bodegas de jamones y los antiguos secaderos de 1900, conocer el proceso de elaboración de sus embutidos y descubrir cómo el microclima del valle del Najerilla ha favorecido desde hace más de un siglo el curado natural. La visita incluye una cata y es interesante conocer productos como el jamón riojano pimentonado.
Ahora, soy más quesero, así que me quedo con una visita a la quesería Los Cameros, en Haro, que además puede incluir una paseo por las bodegas del conocido Barrio de la Estación. Esta empresa familiar, fundada en 1961, es un referente de la tradición quesera riojana y una de las cuatro queserías amparadas por la D.O.P. Queso Camerano, el único queso con denominación de origen de La Rioja.

La visita permite conocer todo el proceso de elaboración, desde la recogida de la leche hasta la maduración en sus cavas, donde los quesos desarrollan sus cortezas naturales tratadas con aceite de oliva. Además, el recorrido incluye una cata guiada de diferentes variedades de queso Los Cameros y una introducción al papel del moho y el aceite de oliva en su afinado. Es una experiencia sencilla pero deliciosa para quienes disfrutan descubriendo los sabores auténticos de la región.
Esta quesería también debe el éxito en sus inicios a la logística, igual que en el caso de los vinos. Haro fue una de las primeras localidades riojanas en conectarse por tren gracias al ferrocarril Tudela-Bilbao, inaugurado en 1863, un proyecto que impulsaron visionarios como el Marqués de Murrieta, convencido de que el futuro del vino riojano dependía del transporte ferroviario. Aquella conexión permitió que, cuando la filoxera arrasó los viñedos franceses, los vinos de Haro pudieran exportarse con rapidez hacia Burdeos y otros mercados europeos, dando origen al célebre Barrio de la Estación. Desde allí, Manuel Martínez, un siglo después, pudo hacer llegar los quesos frescos que elaboraba a diario de Haro a Barcelona.
Comer en Haro y Logroño
Si optáis por la quesería, os podéis quedar a comer en Haro, donde tenéis donde elegir. Si os apetece tradición, Los Caños es una excelente opción. Una ensaladilla y unos callos son un triunfo. Si apetece alta cocina, ahí está el Restaurante Nublo, que ganó una estrella Michelin cuando todavía no llevaba seis meses abierto, algo realmente excepcional.
De vuelta a Logroño, después del festival, igual un pincho en alguno de los bares de Laurel o San Juan nos puede resolver la cena. Si uno prefiere sentarse, es curiosa y tiene mucho éxito la oferta de Wine Fandango. Situado en los bajos del histórico palacete de Vara de Rey, frente al Espolón, este espacio recupera uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Con una década de vida, combina tradición riojana y cocina contemporánea con un estilo desenfadado.

Su carta, firmada por Luis Arrufat, ex elBulli y profesor del Basque Culinary Center, y Sugai Larrazábal, apuesta por el producto local, las verduras de temporada y una cocina de mercado que cambia cada estación. Una oferta informal, moderna y con perfil gastronómico, con una carta de vinos que no te la acabas.
Ya veis que La Rioja es mucho más que vino. El enoturismo es uno de sus grandes atractivos, sí, pero no el único. Esta tierra invita a probar, recorrer y descubrir sin prisas. Os dejo estas sugerencias para que cada uno se prepare su propio cóctel riojano con los ingredientes que más le gusten: un poco de queso, chorizo o champiñón; unas patatas a la riojana; unas chuletillas al sarmiento… y, por supuesto, un buen vino.



